jueves, 29 de enero de 2015

Mario Draghi imprime euros: necesario, pero tarde e insuficiente

Finalmente, lo ha hecho. El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, ha anunciado que pondrá en marcha medidas de expansión cuantitativa: intervendrá de forma masiva en los mercados de deuda pública de los Estados Miembros de la Zona Euro. Una medida necesaria que pretende aliviar las cuentas de los gobiernos, evitar la deflación y estimular la economía. Necesaria, pero insuficiente, y tardía, que demuestra las reticencias de la tecnocracia europea a aceptar el fracaso de las políticas de austeridad y el agotamiento de los planteamientos neoliberales como respuesta a la crisis.

  
El pasado jueves Draghi anunció que sacará del cajón la maquinita de hacer euros y con ellos comprará bonos de los Estados Miembros de la Zona Euro. ¿Cuántos? El periódico El País habla de 60.000 millones al mes durante 19 meses, empezando en marzo de 2015, o hasta que sea necesario para repuntar la inflación. En total serían 1,14 billones de euros, un poco más que el PIB del Estado Español. El BCE hace así algo que ya habían hecho la Reserva Federal americana y el Banco de Inglaterra hace 6 años: tomar una política monetaria contracíclica drástica en una época de Gran Recesión.

Recordemos que Draghi ya había comprado bonos, pero esta vez lo hace de forma masiva, apuntando directamente a la deuda pública (aunque también comprará activos privados). La compra se producirá en el mercado secundario (especulativo) de la deuda, porque el BCE sigue sin poder financiar directamente a los estados. Esto supondrá, en primera instancia, un beneficio a las entidades financieras, que comercian con deuda pública, pero también supondrá un alivio en el coste de financiación de los estados, y ayudará a contrarrestar la deflación, que en 2014 fue del 0.2%.

La inyección de 1 billón de euros en año y medio supondrá un incremento sustancial de la masa monetaria europea. Cuando inundas un mercado ofertando mucho de un bien, ese bien suele bajar de precio. Esto es lo que pretende la medida, que el euro baje de valor, necesitando así más euros para comprar cosas, haciendo que suban los precios. Además de evitar la tan temida deflación, que profundizaría la recesión, la inflación es necesaria para estimular la economía. Si una empresa produce un bien que pierde valor seguramente recortará en empleo o tendrá problemas para hacer frente a los pagos, mientras que si su bien aumenta de precio quizás se planteará invertir y aumentar su producción, y con ella su plantilla, creando así empleo.

En anticipación a la aplicación de estas medidas, el euro ya ha estado perdiendo valor frente al dolar y otras monedas en los mercados de divisas. Esto abarata los productos europeos de cara a sus compradores externos, y ayuda a aumentar las exportaciones, estimulando la economía real. También hace que para el turismo sea más barato visitar el continente, favoreciendo su aumento. Finalmente, este compromiso con una política monetaria expansiva mantendrá bajo el coste del crédito, favoreciendo a las familias y personas endeudadas, que podrán aprovechar que los intereses están muy bajos para amortizar sus deudas.

Y hasta ahí las ventajas, sustanciales y necesarias: si hubiesen llegado antes, estados como Grecia, Chipre o Portugal no hubieran llegado al borde de la bancarrota y quizás no hubieran tenido que hacer tantos recortes
como los que han hecho. Las condiciones de vida de mucha gente podrían ser mejores. Así que si lo ha hecho igualmente, cabe preguntarse por qué no lo había hecho hasta ahora (recordemos que ya en 2012 abrió esa posibilidad cuando dijo que haría “lo que fuera necesario” para salvar el euro).

La obstrucción principal de esta medida proviene de Alemania. El poderoso sector financiero es el principal acreedor de los países empobrecidos de la periferia, y sus beneficios se basan en un euro fuerte como reserva de valor. Pero la evidencia de que un país puede obstaculizar medidas que benefician a varios países porque es quién tiene más dinero, en una unión donde todos deberían contar por igual, deja en evidencia la construcción clientelar de la UE. Una unión sostenible y democrática solo es posible en un paradigma de solidaridad, y no basándose como ahora en el “quien paga manda”, favoreciendo los intereses capitalistas.

Un elemento que diferencia esta medida de las que llevaba aplicando el BCE hasta ahora es la ausencia de condicionalidad. Hasta ahora los países que se acogían a los rescates de la Troika tenían que ofrecer como contrapartida los recortes del gasto público y la aplicación de reformas estructurales, como una reforma laboral o fiscal. Estas condiciones han acabado por empobrecer a la mayoría de la población de los países receptores y ha acentuado su espiral de recesión, dejándolos en una situación más complicada que inicialmente. Esta vez la ayuda llega sin ninguna exigencia de contrapartidas.

Sin embargo, quién seguro que no se beneficiará de la medida, por el momento, es Grecia. Lamentablemente, porque es sin lugar a dudas el país que más lo necesita, teniendo una deuda de alrededor del 170% de su PIB. El BCE ha dicho que comprará como máximo 25% de los bonos de nueva emisión, hasta un tope del 33% de la deuda de cualquier país. Aparentemente, en la contabilidad del BCE la posesión de bonos de deuda helena ya supera ese tope. Es decir, que el BCE sólo podrá comprar deuda griega cuando Grecia empiece a reducirla por debajo de ese tope, hecho que según palabras del propio Draghi, no cabe esperar hasta mediados o finales de este año.

Es significativo que el BCE haya incluído esta cláusula del 33% sabiendo que su programa de compra masiva de deuda no ayudará al país más endeudado de la Zona Euro. Esto es consecuencia evidente de la inminente llegada al poder de Syriza a raíz de las elecciones en Grecia. Como dice Eric Toussaint, la estrategia geopolítica de los acreedores es la que marca qué países se benefician de un alivio financiero. En este caso, a la élite financiera y conservadora alemana no le interesa que Syriza sea una alternativa viable de gobierno, que pueda cambiar el paradigma neoliberal europeo. Y como dice James Galbraith, la política de expansión cuantitativa del BCE viene a reducir el impacto que un impago de la deuda griega pueda tener en el resto de economías europeas, aislando al gobierno griego y reduciendo su capacidad de negociación.

Sin embargo, Syriza se ha rodeado de economistas de gran reputación como Varoufakis, Milios o Galbraith, y las propuestas que están haciendo para afrontar la crisis de la deuda son infinitamente más viables y racionales que el inmovilismo alemán. Lejos de los discursos del miedo acuñados por Merkel y la élite conservadora europea, Syriza parte de asumir lo evidente: que Grecia no podrá pagar la totalidad de lo que se le exige. A partir de ahí, Syriza propone redistribuir los costes de la deuda entre acreedores y deudores, algo que se ha hecho hasta 600 veces en los últimos 50 años, Alemania incluída. Y sobretodo, Syriza apuesta por reducir el apalancamiento (endeudamiento) desde la negociación multilateral y solidaria, poniendo las bases para la mutualización del riesgo en la UE. Es la única manera de eliminar la competencia a la baja, consecuencia del marco austeritario, en el que un país para progresar tiene que competir con los demás a ver quién tiene menores salarios, y un estado de bienestar más paupérrimo porque ha tenido que bajar los impuestos a las grandes empresas, o a ver quién destroza más su territorio, en vez de protegerlo.

Si bien la medida del BCE apunta en la dirección de las soluciones que exige Syriza, hay que tener en cuenta que en caso de impago de los bonos que adquiera, Draghi ha dicho que el BCE sólo asumiría el 20%, mientras que el 80% lo debe asumir el Banco Central del Estado Miembro. Es decir, solo un 20% del riesgo individual de cada país lo asume el BCE. Esto es claramente insuficiente. La mutualización de la deuda es imprescindible en una zona de moneda común, porque los países han perdido la soberanía de la política monetaria para hacer frente a los ataques especulativos contra su deuda pública. Cuando las primas de riesgo de España e Italia se dispararon por la especulación, sólo una actuación del BCE pudo tranquilizar a los mercados. Pero hay que ir más allá y eliminar la rivalidad entre Estados Miembro, diseñar una Zona Euro donde el progreso de unos no implique que otros pierdan.

La creación de mecanismos de mutualización del riesgo, como la creación de EuroBonos es imprescindible en la Zona Euro. Pero para reactivar la economía, crear empleo y hacer que esta Unión sea beneficiosa para quien más lo necesita, imprimir euros no es suficiente. Lo importante es redistribuirlos y hacerlos llegar a la economía real y a la gente. Si no corremos el riesgo de seguir la senda de Gran Bretaña y que la nueva masa monetaria vaya exclusivamente a financiar burbujas especulativas. Esta política monetaria hay que complementarla con una política fiscal expansiva, que dé solución a la urgencia social y siente las bases para una convergencia real, reduciendo los desequilibrios económicos internos. Una unión fiscal y de transferencias que actúe como estabilizador automático para evitar recesiones del tamaño y la duración de la crisis actual. 

La actuación del BCE es por tanto necesaria, pero ha llegado tarde y es del todo insuficiente. Es un primer paso para superar las reticencias de la tecnocracia europea a aceptar el fracaso de las políticas de austeridad y el agotamiento de los planteamientos neoliberales como respuesta a la crisis. Sin embargo, la exclusión de Grecia por su inminente cambio de gobierno es una vez más un chantaje inadmisible a la democracia europea.