miércoles, 13 de julio de 2016

La dislocación de soberanía: una camisa de fuerza para las alternativas en Europa

Os dejo aquí la segunda parte del artículo de ayer, originalmente publicado en el Periódico Diagonal, escrito junto a Lluís Camprubí.

Desde que en 2008 pinchara la burbuja de las hipotecas subprime en EEUU, la economía global parece empantanarse en la estagnación secular, a pesar de los billones que el sector público ha inyectado en 'los mercados' (ya vamos por más del 10% de PIB). En Europa, a esta situación de estancamiento se le suma la especificidad de tener una unión monetaria incompleta y disfuncional. Gobernada por una Alemania reticente a mancomunar capacidades, recursos y riesgos económico-financiero, y con una Francia hasta ahora no dispuesta a transferir soberanía política a un espacio comunitario. Ambos gobiernos parecen más preocupados en que sea el otro el que dé el primer paso que en poner las bases para el bienestar compartido en el que debería fundamentarse el proyecto europeo. Este contexto condiciona de manera muy severa las posibilidades de cambiar las políticas económicas desde gobiernos de la periferia, precisamente cuando están al alcance de proyectos emancipadores como Syriza o puedan ser participados por acuerdos con Podemos y confluencias.
Pero los conflictos políticos e institucionales no surgen del azar ni responden al capricho de algunos dirigentes. Las relaciones económicas y políticas entre los países de la Unión Europea no se pueden entender sin las bases materiales que las sustentan. La globalización ha comportado un agrandamiento del ámbito económico más allá de los ámbitos políticos, reforzando así sus interdependencias. Además, la división continental de la producción y el trabajo nos hace tanto económica como políticamente dependientes de Europa más allá de las estructuras institucionales que nos regulan. Dentro de la entidad económica de la UE, la estructura productiva de los Estados determina su posición geopolítica y sus posibilidades reales de soberanía. Las economías nacionales no son independientes –tampoco monetariamente- aunque tengan un Banco Central que emita su propia moneda.
El resultado institucional de estas mutaciones, hasta la fecha, ha sido transferir soberanía a centros de decisión intergubernamentales y/o tecnocráticos de dudosa legitimidad y a la vez habilitar espacios para su disputa entre Estados Miembros. Mientras tanto, en este contexto deconstituyente, las clases populares nos situamos en la dicotomía entre la voluntad de retener soberanía y la incapacidad de controlar de manera soberana la economía desde un espacio reducido. Como ha teorizado el economista Dani Rodrik, la Unión Económica y Monetaria (UEM) se encuentra atrapada en la imposibilidad de combinar integración económica con competencias políticas y fiscales descentralizadas y que esto conlleve políticas redistributivas que permitan un progreso compartido. La competencia a la baja que suponen las fronteras políticas dentro de la economía globalizada dificulta además la creación de espacios de solidaridad popularque trasciendan el ámbito del Estado-nación.
Los desequilibrios intracontinentales han tenido consecuencias dramáticas por la especificidad del diseño institucional de la Euro Zona, que padece un sovereignity mismatch, es decir, la dislocación de soberanías, el desajuste de las competencias de las instancias políticas respecto a su capacidad de regulación económica. Soberanía no es lo que un actor se reclama, es lo que otros actores supuestamente iguales te reconocen. En el caso que nos ocupa es la capacidad efectiva de domesticar las fuerzas económicas y financieras.
Hagamos un breve repaso: la libre circulación de capitales y el mercado interior forman parte del ámbito de la Unión Europea, mientras que la circulación de personas está establecida en otra área: Schengen. La legitimación democrática directa se da sobre todo en los Estados, con un Parlamento Europeo muy limitado en su contenido. La política fiscal (hacienda, estabilizadores automáticos y capacidad de transferencias) también se da en el Estado, pero la orientación macroeconómica se decide en el Consejo Europeo, un órgano intergubernamental. Finalmente tenemos el área monetaria: 19 Estados-miembro que comparten moneda, Banco Central, y un órgano de decisión y fiscalización nada transparente ni democrático llamado EuroGrupo. Precisamente en la Eurozona, este sovereignity mismatch es una camisa de fuerza para políticas alternativas.

Unas reglas comunes sin política común

Los 19 países de la Zona Euro comparten moneda y un grado muy alto de integración económica (con una movilidad de dinero total, no tanto de personas) y, sin embargo, la política fiscal y la deuda pública siguen siendo competencia de los Estadoscon organismos intergubernamentales actuando como policía fiscal. Una hacienda y un tesoro público comunes permitirían recaudar ganancias de la integración y redistribuirlas hacia zonas menos 'competitivas' y compartir el riesgo, actuando de estabilizadores automáticos. Pero lejos de compartir las ganancias y el riesgo, la UEM se rige por unas reglas comunes sin política común, a merced de las correlaciones de fuerza de alianzas variables de estados.
El diseño institucional para la toma de decisiones y fiscalización de la Zona Euro adolece de profundos déficits democráticos, que empeoran las configuraciones señaladas más arriba. La política macroeconómica se decide vía una especie de confederalismo tecnocrático, basado en regulaciones pero matizado por una arbitrariedad condicionada (a los intereses y criterios del gobierno de Alemania y aliados), sin legitimidad democrática directa. La asimetría en la capacidad de influencia y liderazgo de los distintos gobiernos es la característica principal en la toma de decisiones de los órganos intergubernamentales de la UE. En esta lógica de alianzas se ha hecho patente en la gestión de la crisis de la eurozona, que ha venido marcada por los intereses de los países acreedores, en una polarización dominante acreedores-deudores. En materia monetaria, el gobierno del BCE no es que sea independiente de las “presiones políticas” del interés general europeo, es que es especialmente independiente del escrutinio y control democráticos. Sin embargo, el amplio margen de discrecionalidad política que tiene en la práctica es por dónde actúa la correa de transmisión de las decisiones (y coerciones) del directorio intergubernamental.
En último lugar, la dislocación de soberanías dificulta la rendición de cuentas por parte de los gobiernos regionales, porque siempre es posible achacar los problemas a las deficiencias de las políticas de otra entidad (i.e. Bruselas) para justificar las propias. Esta situación contribuye a oscurecer el pacto tácito que existe a nivel transnacional entre las oligarquías del centro y de la periferia, ambas beneficiadas por el actual disloque y el incremento de las desigualdades.
Frente a este escenario, la aparición de discursos nacionalistas y xenófobos es real y peligrosa. Para posiciones de izquierdas, abrir la vía del repliegue no sólo es alinearse con esta lógica, sino además es renunciar a los instrumentos políticos (existentes o potenciales) para poder regular las fuerzas económicas y financieras. Como señala el economista Michel Aglietta, experto en la relación entre regulación y sistema capitalista, rechazar el marco político de la UE, por muy precario que sea, es ignorar que el espacio UE es una realidad económica irreversible con unas economías fuertemente integradas, dependientes y especializadas, haya o no dispositivos políticos a escala. El corto recorrido de las soluciones a escala nacional ha sido dramáticamente puesto en evidencia en algunos intentos de aplicar políticas económicas alternativas. La domesticación del capitalismo financiarizado es el pre-requisito para poder aplicar sostenidamente políticas económicas y sociales al servicio de la mayoría.

La batalla democrática de nuestras vidas

Ahora, muchas y variadas voces en Europa han abierto el debate y empezado a formular propuestas sobre la necesidad de cambiar la gobernanza de la UEM y de reformar los Tratados. Avanzar hacia la Unión Política, con una hacienda/tesoro común y un presupuesto suficiente, y todo ello con mecanismos de legitimación democrática directa, ha dejado de ser tabú. Forma parte de la discusión central y habrá avances significativos al respecto, con o sin participación política de las clases populares, posiblemente a partir de 2017 (después del ciclo electoral en Francia y Alemania, y del referéndum Brexit). Eso si la dinámica deconstituyente no se acelera y las fuerzas centrífugas (derivadas de las tensiones entre centro-periferia, intra-Schengen, y con las derivas autoritarias de algunos miembros del este) no consiguen redirigir la orientación hacia la desintegración gradual.
En este proceso, hay dos cuestiones clave profundamente relacionadas entre sí. Por un lado, la necesaria transferencia de soberanía a una esfera comunitaria (no intergubernamental) que permita alcanzar una dimensión política suficiente para el control de la economía. Por otro lado, el grado de mutualización del riesgo y de capacidad fiscal y de transferencias que se alcance y si este permita desarrollar un Estado Europeo garante de derechos sociales y democráticos. La dialéctica entre ambas cuestiones y las disyuntivas que plantean a los distintos sectores, actores y Estados son lo que definirán la nueva arquitectura institucional. Correlación de fuerzas y debilidades mediante.
El resultado no está escrito, pero en un contexto de hegemonía neoliberal y de dinámica de conflicto y competición entre Estados, las posibilidades de regresión y/o de consolidación postdemocrática son altas. Es imprescindible evitar que una mayor integración política derive en una profundización del intergubernamentalismo tecnocrático, o en una dinámica de tres velocidades en la UE (núcleo decisor EZ, usuarios pasivos del euro, resto de países de la UE). Las voces que más se oyen de Alemania pretenden que la nueva gobernanza empiece simplemente con un órgano centralizado que fiscalice la disciplina presupuestaria de los Estados bajo el discurso tramposo de “primero disciplina fiscal, después ya veremos". El “más Europa” a secas no vale si no se confrontan también estas amenazas.
Las clases populares siempre hemos ido un paso por detrás en poder conseguir un marco institucional que nos permita –con efectividad - gobernar las fuerzas productivas (a este reto ahora se suma domesticar al capital improductivo). Nuevamente, nos vemos desplazados un proceso político clave para nuestras vidas, en el que o adoptamos un protagonismo ahora no previsible o nos veremos relegadas a un rol subalterno y reactivo. Las personas preocupadas por la impotencia democrática y las alternativas políticas menguantes debemos situar el interés y la acción constituyente a escala europea. Hay que plantear la necesidad de reformar los  tratados a fondo. Articular nuestra propuesta, pensar cómo intervenimos y definir las alianzas debería ocupar buena parte de nuestra inteligencia colectiva, en lo que es sin duda el proceso constituyente que definirá nuestras vidas.
Las muestras de solidaridad que proliferaron en Europa ante el chantaje del Eurogrupo a Grecia, las marchas indignadas con destino a Bruselas en Octubre de 2015, o los debates entorno a la presentación de DiEM25 y el Plan B para Europa, permiten vislumbrar las primeras trazas de la construcción de un demos europeo. Es urgente acelerar la europeización del debate nacional y bajar al nivel nacional la discusión de 'Bruselas', construyendo posiciones y resistencias frente a los movimientos de las élites. Luchar por una unión política legitimada democráticamente a escala comunitaria y con capacidad de gasto amplia, que permita llevar a cabo orientaciones socioeconómicas alternativas. Sin un marco que las haga posible, el actual disloque de áreas de soberanía sigue imponiendo el "There is No Alternative".
La conclusión es que los proyectos de transformación tienen por delante un reto mayúsculo: si bien es cierto que por su diseño institucional y por la obsesión austeritaria de la hegemonía neoliberal, la UE es un territorio hostil para los gobiernos de izquierdas, también lo es que una salida de la UE no significa la recuperación de la soberanía económica, ni un cambio respecto a una posición de periferia geopolítica. Ganarle Europa al capital es una misión difícil, pero recluirnos a la pequeña realidad del Estado-nación nos separa del resto de clases populares europeas y nos sitúa en una subalternidad (geo)política aún más vulnerable. Esta fase deconstituyente europea es nuestra oportunidad de retomar el pulso de la historia en la construcción de la UE, para democratizar sus instituciones y ponerlas al servicio de la mayoría.

martes, 12 de julio de 2016

Soberanía en un mundo globalizado

Hola!
Tengo el blog un poco abandonado pero no he dejado de escribir!

Os comparto aquí un artículo publicado originalmente el Periódico Diagonal con Lluís Camprubí.

A menudo, cuando se debate sobre economía internacional y se reivindica el concepto de soberanía, se ignora que las asimetrías en las características productivas e institucionales condicionan las capacidades de actuación política de los Estados. En las últimas décadas, la globalización del capital y los procesos de integración económica y financiera han incrementado las interdependencias entre las economías, los desequilibrios entre ellas y la inestabilidad.
Sólo a escala transnacional se puede alcanzar el contrapoder político necesario para domesticar el capital y producir redistribuciones significativas que cierren la profundas divergencias en el bienestar de las distintas partes del mundo.
Y es que las relaciones económicas y políticas entre los países no se pueden entender sin las bases materiales que las sustentan. En la década de los 90, la crisis de la deudaen los países del Sur global puso de manifiesto que uno de sus problemas era su especialización en la producción de materias primas, que perdían valor respecto a los productos manufacturados en los mercados internacionales.
Esta especialización en materias primas es una consecuencia histórica de la colonización, que configuró durante siglos una organización productiva en las colonias basada en la extracción y la exportación rápida y barata. La independencia legal de las colonias no conllevó, en consecuencia, su independencia política o económica.
Esta división internacional de la producción y el trabajo tiene su especificidad europea. Un motor industrial y financiero, Alemania, exporta tanto bienes de consumo como crédito para consumirlos, a una periferia, Sur o el Este de Europa, con economías desindustrializadas, especializadas en salarios bajos, con excesiva dependencia de la construcción y el turismo (sectores de bajo valor añadido) y con un peso muy grande de la alimentación en sus exportaciones. No es casual que Alemania detente el poder sobre las políticas europeas: es la estructura productiva la que determina en gran medida la posición geopolítica de un país y margen real de soberanía.
La integración europea ha intensificado esta dualidad productiva, pero la estructura subyace, y una hipotética desaparición de las instituciones europeas, como por ejemplo, la moneda común, no supondría una liberación frente a estas interdependencias. Las economías nacionales no son independientes aunque tengan un Banco Central que emita su propia moneda.
No se tiene soberanía monetaria si la deuda pública está mayoritariamente denominada en otra divisa, si la economía depende en gran medida de la exportación de un producto denominado en otra divisa, o si la moneda está fijada a otra sin controles de capital.
La globalización ha supuesto una integración económica sin precedentes mediante la desaparición de aranceles y barreras al comercio, y la armonización de (des)regulaciones. La liberalización del comercio y de la movilidad del capital ha provocado un agrandamiento del ámbito económico mucho más allá de los ámbitos políticos.
El sociólogo Zygmunt Bauman habla de un divorcio entre el poder (la capacidad de hacer cosas) y la política (la capacidad de decidir qué cosas se deben hacer). En el siglo XXI, la economía globalizada se le ha quedado grande a la capacidad política de los Estados-nación, reforzando así sus interdependencias.
Por otro lado, las instituciones creadas ad hoc para supervisar la economía globalizada han trascendido a las instituciones nacionales de manera no democrática. Un proceso propiciado por las élites a lo largo del globo, que a cambio de ceder soberanía a órganos de dudosa legitimidad han conseguido desmantelar progresivamente la intervención pública sobre su actividad económica. En Europa tenemos bien presente a la Troika, encargada de supervisar las finanzas públicas de los Estados rescatados, pasando por encima de la voluntad de su ciudadanía. Pero en su momento, los países africanos o latinoamericanos, con sus instituciones y monedas propias, sufrieron el mismo proceso.
La principal consecuencia de esta globalización no democrática es una divergencia creciente entre economías y un aumento de la desigualdad dentro de las mismas. En un mercado global con regulaciones regionales, el capital ha podido chantajear a gobiernos y sindicatos para reducir impuestos y salarios ante la amenaza de deslocalización. Para atraer inversiones, los países periféricos se han lanzado a una competencia por la vía de la devaluación interna, mientras las grandes empresas han contado cada vez con un mayor margen de beneficios por la depresión salarial, la baja presión fiscal y la escasa regulación pública.
La pérdida de poder adquisitivo de la mayoría trabajadora siempre conlleva, a medio plazo, un estancamiento de la demanda y una pérdida de rentabilidad: una crisis de sobreproducción. Lo que la ha convertido en Gran Recesión es que esta vez, a la contradicción fundamental del capitalismo, se le ha sumado la grasa ignífuga de una burbuja financiera, que nos ha llevado a una trampa de liquidez. En los 90, la sucesiva desregulación financiera pospuso la debacle de la economía real, permitiendo, durante los primeros años del milenio, la convivencia entre crecimiento de la demanda (a base de deuda) con una redistribución de los beneficios hacia las rentas más altas.
El crédito pudo generar durante un tiempo una cierta ilusión de convergencia económica, pero los desequilibrios económicos provocados por desigualdad y las asimetrías productivas no pueden expandirse de manera permanente. Si los márgenes empresariales crecen deprimiendo los salarios, a medio plazo la demanda de consumo no se podrá sostener. Y si el exceso de beneficios en los centros económicos como Alemania no se redistribuyen, para que quienes consumen sus productos tengan la capacidad adquisitiva de hacerlo, la movilización de ese dinero acaba por ser especulativa, haciendo proliferar burbujas y un endeudamiento esclavizador respecto a los acreedores cuando las burbujas pinchan.
Con este marco en mente cabe enfocar el debate sobre la integración europea. Es cierto que la implantación de un mercado y una moneda comunes han exacerbado los desequilibrios comerciales y financieros. Sin embargo, el problema no es que la UE sea una entidad económica integrada, sino la ausencia de mecanismos de estabilización y redistribución para reciclar sus desequilibrios y cerrar sus asimetrías. A pesar del grado muy alto de integración económica, en la Eurozona la política fiscal y la deuda pública siguen siendo competencia de los Estados; y como señalábamos más arriba, el margen de los Estados para ejercer esa soberanía es escaso. El diseño de la UE favorece las competencias regionales, dificultando la cristalización del interés colectivo.
En otras palabras, la UE carece de una unión fiscal y de transferencias. Por un lado, requiere una hacienda común que permita armonizar los impuestos, evitando el dumping fiscal, y que redistribuya las ganancias de la integración hacia zonas menos “competitivas”, financiando su desarrollo.
Si no existen transferencias que reciclen los superávit comerciales, los países deficitarios aumentan perpetuamente su deuda con los primeros, aumentando la brecha de las desigualdades, y creando inestabilidad. Las políticas de austeridad, que se han impuesto como respuesta a la crisis, se reclaman con la narrativa de evitar situaciones de endeudamiento excesivo, ignorando que los Estados y los hogares ya están altamente endeudados, y que la devaluación interna a la que obliga el marco de austeridad reduce la capacidad de devolver las deudas y profundiza en la recesión.
Por otro lado, es necesario un tesoro común, que permita compartir el riesgo y armonizar los costes de financiación de la deuda. La incapacidad del BCE para actuar como prestamista de última instancia (garantizar liquidez a los bancos frente a una pérdida masiva de activos) pone bajo presión los sistemas fiscales de los Estados ante bancarrotas de sus bancos, que han asumido el agujero financiero a costa de alcanzar unos niveles de deuda pública muy elevados.
Recientemente, un informe del BCE ha calculado que desde 2008, la riqueza per cápita en Alemania ha aumentado en 33.000 euros mientras que en España ha disminuido 13.000, sólo vía el diferencial en las primas de riesgo. Además, responde a un sólo objetivo –el control de la inflación–, a diferencia de otros bancos centrales con mandatos adicionales, como promover el pleno empleo. En este contexto, las fronteras dentro de la Zona Euro actúan de manera efectiva como factores de inestabilidad,que plantean una disyuntiva difícilmente evitable entre apostar por la devaluación interna (competencia a la baja) o arriesgarse a la vulnerabilidad financiera (corralito).
Frente a este escenario, la tentación de repliegue nacional es tan grande como peligrosa, y en la UE empieza a ser preocupante, con partidos ultra-nacionalistas y xenófobos como el Front National en Francia, la UKIP en Reino Unido, o los True Finns, que ostentan ministerios en el gobierno finlandés.
Es fundamental rechazar los discursos nacionalistas de las oligarquías locales, que inventan un enemigo exterior para esconder su subordinación al poder económico y financiero. La idea de interés nacional monolítico, homogéneo, oculta que en las sociedades existen clases sociales con intereses contrapuestos, que las dinámicas político-económicas actuales generan ganadores y perdedores en cada territorio.
Sólo una alianza transnacional de las clases trabajadoras europeas, que huya de narrativas nacionalistas y que permita articular aspiraciones alternativas podrá generar las condiciones para contrarrestar el capitalismo financiarizado y darle un vuelco a la Europa del capital. Debemos hacer de Europa un espacio de convivencia que gestione sus interdependencias desde la solidaridad, el respeto y el interés colectivo.
Viendo cómo se configura el panorama mundial post-Gran Depresión, con escaladas militaristas y una crisis climática que asoma en el horizonte, es necesario que Europa se constituya como polaridad alternativa, que no subyugue a otros territorios ni esté subyugada a intereses ajenos. Una Europa que garantice y abandere los derechos humanos, sociales, democráticos y ambientales, y que haga de contrapeso a las tensiones mundiales crecientes, de consecuencias inciertas y peligrosas.

martes, 7 de julio de 2015

El Minotauro Global, de Yanis Varoufakis

(Encontraréis una reseña más corta publicada en el Salmón Contracorriente)

Imagínense un palo de madera medio sumergido en un lago, con la superficie del agua reflejando la parte de palo que queda fuera. Desde distintas perspectivas, este palo se verá en forma de V, con distintos ángulos. Ninguna de las visiones es falsa, pero la realidad es que el palo es recto y su otra mitad está debajo del agua.

Esta es la metáfora con la que Yanis Varoufakis introduce su hipótesis en el Minotauro Global. Cada una de las explicaciones que se han dado sobre las causas de la Gran Recesión que vivimos desde 2008 son visiones del palo en forma de V: riesgo excesivo, mala regulación financiera, avaricia de los banqueros, mala teoría económica, crisis sistémica... Todas son visiones válidas; pero falta la explicación subyacente, la causa última, el trozo de palo bajo el agua. La hipótesis de Varoufakis es que esta causa última, que él llama el Minotauro Global, es un sistema de flujos económicos internacionales según el cual los superávits del mundo entero financiaban la expansión insostenible de un doble déficit, público y comercial, sobre el que EEUU ha construido su hegemonía política y económica.

¿En qué consiste un doble déficit? Por un lado, es un problema de estructura productiva: países que producen menos de lo que consumen y cuyas exportaciones son más baratas que sus importaciones. Tradicionalmente los países productores de materias primas han tenido déficit comercial frente los países productores de maquinaria y tecnología. Por otro lado, la deuda pública que emite un país crece porque lo que ingresa el estado en impuestos es menor de lo que gasta en transferencias e intereses. ¿Quién financia esta deuda? ¿Quién está dispuesto a invertir su capital en Bonos del Tesoro de un país para convertirse en su acreedor? Al ministro Varoufakis le gustaría tener respuesta a estas preguntas para Grecia.

Que estos déficits vayan juntos es, en general, una mala idea. Significa que un gobierno se endeuda con unas garantías de solvencia (capacidad de recaudar impuestos para devolver la deuda) sobre una economía que gasta más de lo que produce, y por tanto también se endeuda con el exterior. Esta es la razón por la que los países del Sur de Europa están sufriendo la crisis desproporcionadamente, con muy poco margen de maniobra respecto a lo que diga y ordene quien financia estos déficits: Alemania. Con la excepción de si eres EEUU y tienes la maquinita mágica para crear un papel que todo el mundo acepta como dinero: el $.

¿Es mejor tener superávit? No hay que olvidar que nadie vende sin que alguien compre. En otras palabras, el superávit de un país es el déficit de otro. Lo esencial para mantener el flujo dinámico es que de algún modo (vía inversión extranjera, préstamo o mecanismo de redistribución) el superávit del país A se destine al país B para mantener la capacidad de B de comprar los productos que A le quiere vender. Tal cosa se llama “mecanismo de reciclaje de superávit”, algo que los mercados no producen por sí solos. Su ausencia, argumenta Varoufakis, genera desequilibrio e inestabilidad en la economía a escala europea y mundial. Varoufakis ha desarrollado en otras ocasiones cómo una unión monetaria asimétrica no puede funcionar sin mecanismos de reciclaje de superávit, con los que los centros de los sistemas económicos financien el desarrollo de las periferias para un progreso económico compartido.

En un libro muy pedagógico y como buen griego, lleno de mitología, Varoufakis hace primero un recorrido por el devenir político-económico del siglo XX para situarnos en el contexto en el que se empiezan a formar estos dobles déficits. Para los poco versados en Historia Económica, baste decir que la I Guerra Mundial mermó seriamente la base productiva y humana europea e inició el ocaso de Europa como área hegemónica en el desarrollo occidental. En el periodo entre guerras hubo algunos tímidos intentos por parte de EEUU de ejercer la nueva hegemonía, desarrollando acuerdos monetarios como el Patrón $-oro, que la Gran Depresión no dejó que se consolidaran. La IIGM fue el golpe definitivo. Acabó con Japón destruido por 2 bombas atómicas, y Europa muy endeudada.

En 1947 se concreta en Bretton Woods un acuerdo monetario por el que todas las monedas se fijan al $, que se convierte en la principal divisa de cambio internacional. Este pacto facilita lo que Varoufakis llama el Plan Global, según el cual EEUU, que históricamente había sido nación deudora, se convierte en el acreedor mundial. Así, alrededor de EEUU se generó un sistema de flujos económicos, por el que EEUU ejercía su papel de prestamista internacional para financiar la demanda hacia sus propias exportaciones. En las negociaciones de Bretton Woods es famosa la disputa entre los economistas HD White y JM Keynes, negociadores por parte de EEUU y Reino Unido respectivamente, por la falta un acuerdo específico sobre el reciclaje de los superávits americanos. EEUU acabó desarrollando ese papel, pero a falta de un mecanismo formal, se reservó el derecho a hacerlo a su antojo. 

Así, para generar suficiente demanda para sus productos creó 2 áreas de influencia alrededor de Alemania (la UE) y Japón (el Sudeste Asiático): dos países derrotados en la IIGM, salidos del fascismo, humillados y con mucha necesidad de tutela: un target fácil. De los años 50 a los 70, EEUU reciclaba sus superávits mediante la inversión extranjera directa en Alemania y Japón, generando desarrollo económico en esos países y por tanto demanda para sus exportaciones, bajo la hegemonía del $ como moneda de cambio mundial. Este periodo se conoce como la Edad de Oro del capitalismo, ya que en ningún otro periodo ha habido tasas de crecimiento tan elevadas ni la prosperidad ha sido compartida por una mayoría social tan amplia.

Sin embargo, durante la tumultuosa década de los 70, varios factores contribuyen al final del Plan Global. Por un lado, la Guerra del Vietnam y la Guerra Fría en general salen más caras de la cuenta y EEUU empieza a abusar de la máquina mágica. La subida del precio del petróleo genera una crisis de liquidez. La supremacía del $ y el acuerdo monetario internacional se basan en el compromiso de convertibilidad en oro. Pero la masa monetaria de EEUU ya se había descontrolado y la Reserva Federal no tenía oro para convertir todo los $ que había impreso. Es entonces cuando EEUU entiende que perder su posición de superávit y suspender la convertibilidad del $ es inevitable y decide utilizarlo a su favor. ¡Los Bancos Centrales del mundo tienen las reservas llenas de $ y Bonos del Tesoro Americanos! A nadie le interesa que el dólar se desplome. Como dijo un alto funcionario estadounidense de la época It’s our currency but it’s your problem! ¿Por qué crecer a base de vender a otra gente, cuando puedes crecer a base de que otra gente ahorre el dinero que tu imprimes con tu máquina para que te lo gastes tú?

Estos acontecimientos acaban por revertir el sentido de los flujos económicos y provocan una grave recesión en todo Occidente, con la combinación de estagnación (estancamiento económico) e inflación, una paradoja económica en el funcionamiento normal del capitalismo, para la que ninguna teoría económica tiene respuestas. EEUU asesta el golpe mortal a Bretton Woods con una subida brutal de los tipos de interés, atrayendo grandes masas de capitales mundiales. Con este gesto magistral, EEUU pasa de ser acreedor a receptor neto de dinero y nace el Minotauro Global. Por el camino crea la primera crisis mundial de deuda porque los tipos de interés del 20% hunden la capacidad de pago de los países en desarrollo.

Los años 80 inauguran la época de expansión del doble déficit americano. ¿Cómo funciona este nuevo sistema de flujos? EEUU imprime y gasta $ por todo el mundo. Las empresas ganan dinero, y lo invierten. ¿Dónde? En Wall Street. Y Wall Street a su vez convierte ese dinero en préstamos para que la gente siga gastando. EEUU sigue siendo el epicentro del desarrollo económico mundial pero esta vez a base de tomar prestado del resto del mundo. El dinero va y viene de EEUU en espiral creciente. Este nuevo orden de cosas se sustenta gracias a la íntima colaboración de lo que Varoufakis llama las “sirvientas del Minotauro”, a saber: el propio Wall Street, la teoría económica neoliberal, Reagan, Thatcher y Walmart (como veremos en breve).

Es evidente que sin Wall Street atrayendo los superávits mundiales, EEUU no hubiese podido sostener su déficit. El tamaño de la bolsa americana se vuelve monstruoso: antes de la crisis, el 70% de los flujos de capitales mundiales pasaban por Wall Street, de 3 a 5 billones de $ al día. Para sostener el ritmo vertiginoso de financiarización que provoca el Minotauro, Wall Street crea un dinero privado, tóxico, a base de CDO (Collateralized Debt Obligation) y CDS (Credit Default Swap). Brevemente para quien no lo sepa: los CDO son activos formados por pedazos de distintas hipotecas a distintos tipos de interés con distinto riesgo de impago empaquetados en un solo producto. Con estas triquiñuelas los grandes bancos de inversión convencían a sus clientes de que compraban un producto de bajo riesgo, creyendo que este estaba diversificado cuando en realidad estaba oculto. Los CDS son seguros contra el impago de una deuda. La diferencia entre un CDS y un seguro normal es que para comprar un CDS no necesitas ser titular de la propiedad asegurada. Es decir que gano dinero si se quema tu casa. ¡Pues voy y le prendo fuego! Y si compro un CDO y un CDS, gano cuando los deudores pagan, ¡y también gano cuando no pagan! ¡Negocio redondo!

Estas imprudencias de Wall Street encontraron su apoyo en una teoría económica que proporcionó el marco intelectual y político neoliberal. Esta "teoría de la oferta" se basa en dos premisas: 1) Los agentes son racionales y 2) Los mercados son eficientes. Así que haced el favor de dejar en paz a los racionales inversores y su eficiente mercado de Wall Street. Este nuevo orden político-económico fue impuesto a golpe de mano de hierro por Reagan y Thatcher, con el argumento de que el enriquecimiento de los ricos y la desregulación de su actividad empresarial y financiera acabarían teniendo repercusiones en el resto de la sociedad. El Estado no debe meterse en la economía más que para su función primordial, la defensa nacional, la expansión militar.

¿Y qué pinta Walmart? Es el paradigma de un modelo empresarial que prolifera con el Minotauro, basado en el low cost. En efecto, la globalización, la desarticulación sindical y la desregulación del mercado laboral provocan que el salario medio que percibe una persona trabajadora no mejore desde los 70 en EEUU. Pero la producción de abundancia ultra-barata permite mantener a raya las tensiones sociales por unos salarios cada vez más bajos. Y evidentemente, todas estas empresas crean su rama bancaria para financiar préstamos a quien quiera consumir más, que el dinero tóxico de Wall Street es abundante y los productos financieros derivados permiten convertir los préstamos en flamantes CDOs y ¡que el ritmo no pare!

En conclusión: el Minotauro Global se basaba en y dependía de unas dinámicas en asimetría creciente. La expansión de la hegemonía americana se ha construido sobre la "desintegración controlada de la economía mundial", en palabras de Paul Volcker. El estallido era inevitable. Varoufakis hace un gran resumen de lo que la Crisis que empezó en 2008 supuso en cantidad de pérdidas del sector financiero que el sector público cubrió inyectando dinero ilimitado en la economía: más de 10 trillones de $, el 13% del PIB mundial. Un rescate incondicional que debilita el Estado y desencadena una Bankruptocracy, la dictadura de los bancos fallidos, mal traducido aquí como bancocracia. La resolución de la crisis en forma de rescate sin castigo, socialización de pérdidas y estímulo financiero sin estímulo a la economía productiva ha acabado otorgando un peso político incontestable a la economía "del 1%, por y para el 1%".

La parte final del Minotauro Global está dedicada a la crisis europea. Recordemos que EEUU ayudó a Alemania a crear la UE como su zona de influencia. Con ella se fragua un pequeño simulacro de "Plan Global", un sistema de estructuras productivas asimétricas y posiciones de balance en creciente desajuste para generar superávits en Alemania que sirvan para financiar los déficits de EEUU. La crisis de la UE es la evidencia que refuerza el análisis de Varoufakis: el problema viene de la ausencia de un mecanismo de reciclaje de los superávits alemanes al resto de Europa. A pesar de que esta necesidad se señala en varios informes que precedieron la creación de la Unión Monetaria, se omite en el tratado de Maastricht, según Varoufakis, deliberadamente, igual que con Bretton Woods, para que Alemania decida con independencia qué se hace con sus superávits (o más bien para salvaguardar su desvío hacia Wall Street).

La Crisis Europea empieza bastante como en EEUU, con los bancos declarando bancarrota y siendo rescatados con liquidez a tutiplen. El problema añadido es que, a diferencia de en EEUU, cada Estado es responsable de rescatar sus propios bancos, de manera que las grandes deudas de los bancos privados se convierten en deuda pública de cada Estado. Imaginaros que cuando EEUU salió al rescate de Bear Stearns hubiese dicho, uy, este banco es de NY, que sea el Estado de NY (8% del PIB de EEUU) el que se haga cargo de él. Pues eso es lo que ha pasado en Europa. A falta de un mecanismo de estabilidad financiera común, ni de un prestamista común de último recurso (el BCE lo tiene prohibido), los países de la periferia, superados por los rescates bancarios, y con dobles déficits, son víctimas de ataques especulativos sobre sus deudas.

Si el Minotauro Global es un libro imprescindible para comprender la evolución de la economía mundial en el último siglo y como esta ha desenlazado en una crisis económica sin precedentes, Varoufakis ofrece, partiendo de su marco analítico, una discusión no menos interesante sobre el futuro sin el Minotauro, a modo de conclusión. Sin un agente económico central que organice los flujos económicos mundiales contrarrestando los desequilibrios productivos y comerciales con un mecanismo de reciclaje de los superávits, el capitalismo global es un sistema inestable. Está por ver si China es capaz y está dispuesta a desarrollar ese papel.


jueves, 29 de enero de 2015

Mario Draghi imprime euros: necesario, pero tarde e insuficiente

Finalmente, lo ha hecho. El presidente del Banco Central Europeo, Mario Draghi, ha anunciado que pondrá en marcha medidas de expansión cuantitativa: intervendrá de forma masiva en los mercados de deuda pública de los Estados Miembros de la Zona Euro. Una medida necesaria que pretende aliviar las cuentas de los gobiernos, evitar la deflación y estimular la economía. Necesaria, pero insuficiente, y tardía, que demuestra las reticencias de la tecnocracia europea a aceptar el fracaso de las políticas de austeridad y el agotamiento de los planteamientos neoliberales como respuesta a la crisis.

  
El pasado jueves Draghi anunció que sacará del cajón la maquinita de hacer euros y con ellos comprará bonos de los Estados Miembros de la Zona Euro. ¿Cuántos? El periódico El País habla de 60.000 millones al mes durante 19 meses, empezando en marzo de 2015, o hasta que sea necesario para repuntar la inflación. En total serían 1,14 billones de euros, un poco más que el PIB del Estado Español. El BCE hace así algo que ya habían hecho la Reserva Federal americana y el Banco de Inglaterra hace 6 años: tomar una política monetaria contracíclica drástica en una época de Gran Recesión.

Recordemos que Draghi ya había comprado bonos, pero esta vez lo hace de forma masiva, apuntando directamente a la deuda pública (aunque también comprará activos privados). La compra se producirá en el mercado secundario (especulativo) de la deuda, porque el BCE sigue sin poder financiar directamente a los estados. Esto supondrá, en primera instancia, un beneficio a las entidades financieras, que comercian con deuda pública, pero también supondrá un alivio en el coste de financiación de los estados, y ayudará a contrarrestar la deflación, que en 2014 fue del 0.2%.

La inyección de 1 billón de euros en año y medio supondrá un incremento sustancial de la masa monetaria europea. Cuando inundas un mercado ofertando mucho de un bien, ese bien suele bajar de precio. Esto es lo que pretende la medida, que el euro baje de valor, necesitando así más euros para comprar cosas, haciendo que suban los precios. Además de evitar la tan temida deflación, que profundizaría la recesión, la inflación es necesaria para estimular la economía. Si una empresa produce un bien que pierde valor seguramente recortará en empleo o tendrá problemas para hacer frente a los pagos, mientras que si su bien aumenta de precio quizás se planteará invertir y aumentar su producción, y con ella su plantilla, creando así empleo.

En anticipación a la aplicación de estas medidas, el euro ya ha estado perdiendo valor frente al dolar y otras monedas en los mercados de divisas. Esto abarata los productos europeos de cara a sus compradores externos, y ayuda a aumentar las exportaciones, estimulando la economía real. También hace que para el turismo sea más barato visitar el continente, favoreciendo su aumento. Finalmente, este compromiso con una política monetaria expansiva mantendrá bajo el coste del crédito, favoreciendo a las familias y personas endeudadas, que podrán aprovechar que los intereses están muy bajos para amortizar sus deudas.

Y hasta ahí las ventajas, sustanciales y necesarias: si hubiesen llegado antes, estados como Grecia, Chipre o Portugal no hubieran llegado al borde de la bancarrota y quizás no hubieran tenido que hacer tantos recortes
como los que han hecho. Las condiciones de vida de mucha gente podrían ser mejores. Así que si lo ha hecho igualmente, cabe preguntarse por qué no lo había hecho hasta ahora (recordemos que ya en 2012 abrió esa posibilidad cuando dijo que haría “lo que fuera necesario” para salvar el euro).

La obstrucción principal de esta medida proviene de Alemania. El poderoso sector financiero es el principal acreedor de los países empobrecidos de la periferia, y sus beneficios se basan en un euro fuerte como reserva de valor. Pero la evidencia de que un país puede obstaculizar medidas que benefician a varios países porque es quién tiene más dinero, en una unión donde todos deberían contar por igual, deja en evidencia la construcción clientelar de la UE. Una unión sostenible y democrática solo es posible en un paradigma de solidaridad, y no basándose como ahora en el “quien paga manda”, favoreciendo los intereses capitalistas.

Un elemento que diferencia esta medida de las que llevaba aplicando el BCE hasta ahora es la ausencia de condicionalidad. Hasta ahora los países que se acogían a los rescates de la Troika tenían que ofrecer como contrapartida los recortes del gasto público y la aplicación de reformas estructurales, como una reforma laboral o fiscal. Estas condiciones han acabado por empobrecer a la mayoría de la población de los países receptores y ha acentuado su espiral de recesión, dejándolos en una situación más complicada que inicialmente. Esta vez la ayuda llega sin ninguna exigencia de contrapartidas.

Sin embargo, quién seguro que no se beneficiará de la medida, por el momento, es Grecia. Lamentablemente, porque es sin lugar a dudas el país que más lo necesita, teniendo una deuda de alrededor del 170% de su PIB. El BCE ha dicho que comprará como máximo 25% de los bonos de nueva emisión, hasta un tope del 33% de la deuda de cualquier país. Aparentemente, en la contabilidad del BCE la posesión de bonos de deuda helena ya supera ese tope. Es decir, que el BCE sólo podrá comprar deuda griega cuando Grecia empiece a reducirla por debajo de ese tope, hecho que según palabras del propio Draghi, no cabe esperar hasta mediados o finales de este año.

Es significativo que el BCE haya incluído esta cláusula del 33% sabiendo que su programa de compra masiva de deuda no ayudará al país más endeudado de la Zona Euro. Esto es consecuencia evidente de la inminente llegada al poder de Syriza a raíz de las elecciones en Grecia. Como dice Eric Toussaint, la estrategia geopolítica de los acreedores es la que marca qué países se benefician de un alivio financiero. En este caso, a la élite financiera y conservadora alemana no le interesa que Syriza sea una alternativa viable de gobierno, que pueda cambiar el paradigma neoliberal europeo. Y como dice James Galbraith, la política de expansión cuantitativa del BCE viene a reducir el impacto que un impago de la deuda griega pueda tener en el resto de economías europeas, aislando al gobierno griego y reduciendo su capacidad de negociación.

Sin embargo, Syriza se ha rodeado de economistas de gran reputación como Varoufakis, Milios o Galbraith, y las propuestas que están haciendo para afrontar la crisis de la deuda son infinitamente más viables y racionales que el inmovilismo alemán. Lejos de los discursos del miedo acuñados por Merkel y la élite conservadora europea, Syriza parte de asumir lo evidente: que Grecia no podrá pagar la totalidad de lo que se le exige. A partir de ahí, Syriza propone redistribuir los costes de la deuda entre acreedores y deudores, algo que se ha hecho hasta 600 veces en los últimos 50 años, Alemania incluída. Y sobretodo, Syriza apuesta por reducir el apalancamiento (endeudamiento) desde la negociación multilateral y solidaria, poniendo las bases para la mutualización del riesgo en la UE. Es la única manera de eliminar la competencia a la baja, consecuencia del marco austeritario, en el que un país para progresar tiene que competir con los demás a ver quién tiene menores salarios, y un estado de bienestar más paupérrimo porque ha tenido que bajar los impuestos a las grandes empresas, o a ver quién destroza más su territorio, en vez de protegerlo.

Si bien la medida del BCE apunta en la dirección de las soluciones que exige Syriza, hay que tener en cuenta que en caso de impago de los bonos que adquiera, Draghi ha dicho que el BCE sólo asumiría el 20%, mientras que el 80% lo debe asumir el Banco Central del Estado Miembro. Es decir, solo un 20% del riesgo individual de cada país lo asume el BCE. Esto es claramente insuficiente. La mutualización de la deuda es imprescindible en una zona de moneda común, porque los países han perdido la soberanía de la política monetaria para hacer frente a los ataques especulativos contra su deuda pública. Cuando las primas de riesgo de España e Italia se dispararon por la especulación, sólo una actuación del BCE pudo tranquilizar a los mercados. Pero hay que ir más allá y eliminar la rivalidad entre Estados Miembro, diseñar una Zona Euro donde el progreso de unos no implique que otros pierdan.

La creación de mecanismos de mutualización del riesgo, como la creación de EuroBonos es imprescindible en la Zona Euro. Pero para reactivar la economía, crear empleo y hacer que esta Unión sea beneficiosa para quien más lo necesita, imprimir euros no es suficiente. Lo importante es redistribuirlos y hacerlos llegar a la economía real y a la gente. Si no corremos el riesgo de seguir la senda de Gran Bretaña y que la nueva masa monetaria vaya exclusivamente a financiar burbujas especulativas. Esta política monetaria hay que complementarla con una política fiscal expansiva, que dé solución a la urgencia social y siente las bases para una convergencia real, reduciendo los desequilibrios económicos internos. Una unión fiscal y de transferencias que actúe como estabilizador automático para evitar recesiones del tamaño y la duración de la crisis actual. 

La actuación del BCE es por tanto necesaria, pero ha llegado tarde y es del todo insuficiente. Es un primer paso para superar las reticencias de la tecnocracia europea a aceptar el fracaso de las políticas de austeridad y el agotamiento de los planteamientos neoliberales como respuesta a la crisis. Sin embargo, la exclusión de Grecia por su inminente cambio de gobierno es una vez más un chantaje inadmisible a la democracia europea.

martes, 16 de diciembre de 2014

El señor Draghi tiene un problema llamado 2%

Parafraseando a Maragall cuando denunció la presunta financiación irregular de CiU, el señor Draghi tiene un problema, y este problema se llama 2%. El objetivo principal del Banco Central Europeo es mantener la estabilidad de precios alrededor de 2% y según el EuroStat de noviembre la inflación en Europa está virtualmente a zero (0.3%). La baja inflación acentúa el riesgo de volver a entrar en recesión.
Los problemas de la Zona Euro vienen por un lado de la construcción deficitaria de la zona monetaria común y por otro lado de la respuesta austeritaria que se está dando a la crisis.

En cuanto a la construcción zona monetaria
: para entrar en la Zona Euro un país debía cumplir con el Tratado de Maastricht, que se suponía que garantizaba la convergencia de las economías para hacer viable una moneda común. Pero este tratado carecía de lo sustancial: garantizar el equilibrio de los flujos macroeconómicos entre países. Fijando la vista sólo en la convergencia nominal (nivel y tipos de interés sobre la deuda pública e inflación) no se prestó atención a cómo ésta se financiaba. Y fue a base de deuda externa de los países de la periferia económica de la zona monetaria. Una deuda comercial y financiera, lo que se conoce como un “doble déficit”. Para entendernos: con el euro comprábamos coches a Alemania con nuestra propia moneda (no había que cambiar pesetas por marcos), y lo hacíamos con el dinero que nos prestaba el Santander, que le prestaba el Deustche Bank. Evidentemente esto es insostenible y con la crisis financiera las bancarrotas dejan un agujero financiero que pasa, vía rescates, a ser deuda pública.

Además, las políticas de austeridad impuestas por la Troika no hacen más que empeorar la crisis: frente a una contracción de la deuda y del consumo, el Estado no compensa expandiéndose sino al contrario, contrayendo la economía aún más. Europa renuncia con la austeridad a llevar a cabo una política fiscal expansiva y se juega todas las cartas en la política monetaria. Lo único que puede hacer el Banco Central Europeo (BCE) en el marco legislativo actual es bajar el tipo de interés. Pero una vez el tipo de interés está a zero (actualmente está en el 0.05%) no puede bajar más y la política monetaria tradicional se vuelve inefectiva. Esto se llama el Zero Lower Bound. Y aunque el dinero esté tan barato, nadie quiere endeudarse más, porque la gente está hasta las cejas de deuda y sufriendo cada mes para poder pagarla. Por lo tanto, el nuevo dinero que inyecta el BCE en la economía se destina a pagar deudas y no a crear nuevas deudas para estimular el crecimiento. Estamos en lo que se conoce como una trampa de liquidez.

Como decía al principio, el único mandato económico que tiene el BCE es el de mantener la estabilidad de precios, con la inflación al 2%. Ahora está al 0% y si entramos en deflación el ciclo económico de recesión se acentuará porque la deuda en términos reales va a subir. Y si sube la deuda, es más difícil devolverla, y menos gente podrá pagarla. Podemos entrar en una deflación por deuda (debt-deflation) que significaría volver a entrar en recesión y a poner la estabilidad macroeconómica de los países más vulnerables de la Zona Euro en entredicho. Hasta la fecha todos los grandes acuerdos monetarios internacionales (a saber, el Patrón Oro y Bretton Woods) han sido fulminados por una deflación por deuda. El euro puede ser su próxima víctima, y Draghi debe evitarlo.

De 2010 a 2012, en plena crisis de la deuda soberana, a raíz de los rescates bancarios, el BCE desembolsó alrededor de 200 billones de euros (2,2% del PIB de la UE), en los que aceptaba Bonos del Estado como fianza para prestar dinero a los bancos en problemas, financiando así indirectamente a los Estados. Sin embargo, para los Estados los préstamos tenían un interés más elevado mientras que para los bancos era sólo del 1%, proporcionando ese margen de beneficio al sector financiero, y no para aliviar la carga financiera de los gobiernos. Además, estas ayudas estaban condicionadas a la aplicación de reformas estructurales, que han supuesto contrareformas regresivas, recortes en el presupuesto público y pérdida de derechos sociales y laborales, agravando la crisis en vez de solventarla y con ello perjudicando la estabilidad fiscal de los gobiernos que decía perseguir. Desde 2008, el BCE ha estado aportando tímidamente más liquidez al mercado financiero, pero con la trampa de liquidez y en el Zero Lower Bound, tiene que llevar a cabo medidas más drásticas para que la política monetaria tenga efecto. El problema es que el BCE no puede prestar directamente a los Estados, a diferencia de la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra, que han imprimido dólares y libras para prestarlas a sus gobiernos. De hecho, Draghi ya ha hecho más de lo que estaba contemplado en la ley, como comprar activos tóxicos y prestar dinero a bancos para saldar sus agujeros financieros, con la esperanza burda de que el “trickle-down economics” funcionara.

Cuando en 2012 se hizo evidente la insuficiencia de estas medidas y había riesgo de contagio en países más grandes en la Eurozona, el BCE anunció que podría comprar directamente bonos de deuda pública (aunque en el mercado secundario). Sin embargo, este mecanismo chocó con la oposición frontal de Alemania, que considera que la compra de bonos de un país sin condicionar su política económica sería “favoritismo” y daría malos incentivos. Por lo demás estas transacciones no se han llevado a cabo porque requieren que los países no tengan problemas para financiarse en los mercados privados para acudir a su rescate, un requisito absurdo a todas luces. El anuncio logró apaciguar temporalmente los mercados, pero no solucionó el problema.

En junio de 2014 y ante el riesgo de deflación por la deuda, Draghi fue más allá y anunció la posibilidad de llevar a cabo medidas de expansión cuantitativa. En una expansión cuantitativa, el Banco Central aumentaría su balance imprimiendo billetes y inyectándolos en la economía. Falta por ver cómo se inyectarían estos nuevos euros impresos. Hasta ahora, ha comprado solo ABS (asset-backed securities, es decir, titulizaciones de hipotecas) y bonos bancarios y los expertos calculan que esto no será suficiente para llevar a cabo el estímulo que necesitaría la zona monetaria, que es de 1 billón de euros.

El BCE tiene que inyectar mucho más dinero en la economía para evitar la deflación y el único mercado de activos suficientemente grande para absorber este dinero es el de la deuda pública. Además, así aliviaría el estrés financiero de los gobiernos como el griego, y le daría margen para que atiendan a su ciudadanía más necesitada. El problema es que la deuda pública corresponde a cada uno de sus 17 estados miembro, y monetizar la de un país supone una desventaja para los demás, un hecho que gobiernos insolidarios como el Alemán no están dispuestos a aceptar. Otra opción es avanzar hacia la mutualización de la deuda, la reivindicada creación de Eurobonos, para compartir y diversificar el riesgo financiero en la Zona Euro. Una medida a la que Alemania también se opone.

En su comparecencia del jueves 4 de diciembre, Draghi no ha aportado más concreción a las medidas de expansión cuantitativa. Ha insistido en mantener las reformas estructurales y la austeridad como garantía del crecimiento, y ha expresado su confianza en que el Plan Juncker supondrá el estímulo fiscal que necesita la Zona Euro. También ha achacado la baja inflación a la caída de los precios del petróleo y no a su política monetaria. Da la sensación de que Draghi espera que sus pomposos anuncios calen en las expectativas y que los mercados reaccionen a su tímida compra de activos privados. Parece que espere que la situación se solucione sola sin llevar a cabo medidas que le enfrenten a Merkel.

Es cierto que Draghi desde el BCE no tiene tanto margen como Merkel y Juncker y la Comisión Europea, porque el margen para el estímulo económico con la política monetaria es mínimo. Pero sí que puede dejar de ser cómplice de la austeridad y gestionar la soberanía monetaria compartida en favor del colectivo y no de los intereses de Alemania. Es lo único que puede garantizar la continuidad del euro, porque los crecientes desequilibrios en una Europa asimétrica con una moneda común y 17 soberanías fiscales independientes, son insostenibles, y hay que corregirlos.

El problema de la deuda soberana europea está sobre la mesa y no se soluciona solo: el Banco Central Europeo tiene mucho que decir sobre él. La situación financiera de los países de la periferia es asfixiante, y la Troika no puede pretender condicionar las políticas que son su responsabilidad a mantener la sangría de recortes. Y Merkel tiene que entender y aceptar que a medio plazo no será posible una moneda europea común sin una deuda europea común.

Este artículo fue publicado en el blog El Salmón Contracorriente.

viernes, 17 de octubre de 2014

Sobre la Unión Bancaria en la UE

A raíz de la crisis financiera global, un gran número de bancos considerados “too big to fail” (demasiado grandes para caer en bancarrota) han sido rescatados. En España fueron varios, entre ellas Caixa Catalunya, Unnim, la CAM o Bankia. Esto ha supuesto un desembolso de dinero público sin precedentes, que a falta de un protocolo de actuación en caso de fallida bancaria, se ha ido haciendo a salto de mata, tomando las decisiones políticas ad hoc a medida que acontencían los problemas.

Esta manera de actuar, además de poco previsora e ineficiente, ha sido sumamente anti-democrática: con toda la carga asumida por los deudores y con los contribuyentes obligados a rescatar a sus bancos nacionales, sin rechistar y advertidos de que no había alternativa, a costa de sus servicios públicos y en el caso de España, al mismo tiempo que esos mismos bancos orquestaban una sangría brutal a la ciudadanía en el mercado de vivienda. Desde 2012, la Comisión Europea está desarrollando la propuesta de crear una Unión Bancaria Europea, para desarrollar mecanismos que estipulen qué hacer en casos de fallida bancaria.

¿En qué consiste esta Unión Bancaria y qué se pretende con ella? Viviendo en Bruselas he podido seguir de cerca el debate sobre el tema. Si se es capaz de sobrevivir a ciertas declaraciones neoliberales indigestas, es interesante saber qué piensa y propone el mainstream económico acerca de estos temas. Cabe decir que, a pesar del triunfalismo que les caracteriza, la realidad es cada vez más difícil de esquivar. En contraste con una conferencia de Mario Draghi a la que asistí hará cosa de un año, donde habló como si la crisis ya hubiera acabado y sin reparar en los errores cometidos ni atacar la injusta redistribución de los costes, últimamente el diagnóstico es más sólido: la crisis no ha terminado, el nivel de desempleo sigue siendo grave, con la actividad industrial y económica aún sin alcanzar niveles pre-crisis, la deuda aún no está estabilizada y estamos en riesgo de deflación.

Es más, los problemas subyacentes que han contribuido a la situación actual persisten. En la Unión Europea el sistema financiero está fraccionado y el mandato del Banco Central Europeo no incluye ser el prestamista de último recurso de las entidades financieras o prestar directamente a los Estados. Es decir, que si vuelve a haber una fallida bancaria, no tenemos un mecanismo europeo para solucionarlo. Estas características configuran una nefasta estructura de incentivos.

En lo que se refiere al fraccionamiento, significa que los activos bancarios están diversificados por los distintos países europeos, y no hay canales de intermediación financiera institucional no relacionados con los bancos. Los bancos europeos son corporaciones internacionales que operan bajo 28 sistemas de regulación distintos, con sus subsidiarias legalmente separadas entre sí, de manera que no se les puede someter a una responsabilidad global. Si ING en España entra en bancarrota, el ING belga no tiene ninguna responsabilidad de acudir a rescatarlo, a pesar de que ambos son propiedad de las mismas personas.

Por otro lado, el hecho de no ser el Banco Central Europeo el prestamista de último recurso permite trasladar la vulnerabilidad financiera de los bancos a los Estados sin que haya una red de seguridad que los ampare. Existe una especie de acuerdo tácito según el cuál el BCE intervendrá para salvar la economía; pero esto no forma parte de su mandato, ni está escrito en ningún lado cuándo y cómo debe hacerlo, de manera que no se pueden fiscalizar las responsabilidades de cada cuál ex-post. 


Esta situación hace que el riesgo económico no haya desaparecido, y a pesar de que se ha conseguido estabilizar mínimamente el mercado de la deuda, hace falta el mínimo problema para que el pánico se desate otra vez. Para poner un ejemplo: cuando el pánico bancario se desató en Chipre, todos los mercados de deuda europeos se resintieron. Sin embargo, la economía de Chipre tiene un volumen de 20.000 millones de euros, menos del 0,2% del PIB de la Zona Euro. Algo falla cuando un problema tan pequeño se transmite rápidamente y se convierte en un problema mucho mayor.

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La Unión Bancaria se supone que pretende atacar estos problemas. La cuestión es romper el nexo entre el sistema bancario de un Estado y su deuda pública. En caso de fallida bancaria, cómo evitar que se traslade al sector público. Desde que se desató la crisis financiera en 2007, hasta 2009, hubo una primera fase donde el principal problema eran las bancarrotas bancarias, con el sector incapaz de hacer frente a sus obligaciones y pagar sus deudas: el grifo del dinero, altamente líquido en la burbuja financiera hasta 2006, se secó de golpe. Esto se llama una trampa de liquidez. Los bancos, recelosos los unos de los otros, dejaron de prestarse entre sí; no se movía ni un euro en el mercado interbancario europeo.

[Pequeño paréntesis en el relato: ahí es cuando se fraguó el fraude con muchas hipotecas que estaban indexadas al Líbor o al Euríbor, los tipos de interés del mercado interbancario, porque nadie se prestaba dinero, y por tanto este no tenía precio. Así, los bancos pactaron una tasa de interés, a lo cártel, para seguir cobrando sus préstamos.]

A partir de 2009 empezaron los rescates, y desde 2010-2011 el problema se ha trasladado al sector público, ya que el Estado, al tener que asumir las deudas bancarias, vio como la propia deuda pública sobre el PIB se disparaba. Por ejemplo: España se ha dejado casi 60.000 millones de euros en inyecciones directas y casi un 40% del PIB en esta y otros tipos de ayuda.

El incremento de la deuda pública, sumada a las débiles condiciones macroeconómicas de los Estados, sumidos en crisis, y con el espiral de recesión acentuado por las políticas de austeridad, hacía peligrar la confianza en su capacidad de pago. Los famosos “mercados” de capitales, pedían cada vez más y más intereses a cambio de confiar e invertir en bonos del Estado. Muchos de estos inversores privados que han comprado deuda pública han sido asimismo entidades financieras, y con la desconfianza en la deuda del Estado trasladándose a una pérdida de solidez de sus acreedores, el problema puede volver a repetirse infinitamente. Esto se ha venido a llamar “Loop Diabólico”, y es un mecanismo de contagio clave de problemas económicos dentro de la Zona Euro.

La Comisión Europea está llevando a cabo una propuesta de Unión Bancaria sin el suficiente debate político ni académico que lo acompañe, sobretodo públicamente. Esencialmente, para evitar que los Estados se hagan cargo de sus sistemas financieros fallidos hace falta desarrollar un Fondo de rescate bancario (lo que fue el FMI para Bretton Woods). Y para evitar los ataques especulativos contra la deuda pública, y repartir mejor sus costes entre deudores y acreedores, hace falta reestructurar y mutualizar de la deuda pública, por lo menos, en la zona Euro.

Tampoco se están abordando otros problemas de fondo. Por ejemplo: ¿En qué punto está el debate sobre la deuda en Europa? ¿Hay demasiada? ¿Cómo hacemos para reducirla? Si los bancos, las empresas y las familias, que están excesivamente endeudados, sólo piensan en reducir su deuda en el corto plazo, ¿cómo vamos a estimular la economía para salir de la recesión? ¿Cómo reducimos los incentivos bancarios a tener comportamientos de riesgo? ¿Por qué nadie está hablando, salvo honrosas excepciones, de separar la banca comercial de la banca de inversión? Hay que tener en cuenta que el sector financiero supone alrededor de 4 veces el PIB de la Zona Euro; urge tener un debate serio sobre estas cuestiones.

Da la sensación de que los cabezas de Estado europeos tienen miedo a que Europa entre en una especie de estancamiento secular a la Japonesa, y buscan estimular el sector financiero a corto plazo para que vuelva a haber crecimiento y salvarse en sus próximas citas electorales. Pero estimulando el sector financiero sin cambios estructurales en la estructura productiva de la economía real, sólo se crean más burbujas.

Por otro lado, las propuestas de más integración para desarrollar mecanismos de solidaridad son rechazadas frontalmente por unaAlemania cuyas clases populares han visto su calidad de vida disminuir. Angela Merkel crece en popularidad entre su electorado cuando dice que la ciudadanía alemana ya ha sido suficientemente solidaria con Europa, mientras obvía que la oligarquía alemana ha sido la más beneficiada del Euro. Por otro lado, cambiar el mandato del BCE y establecer mecanismos de estímulo fiscal requiere un cambio de tratados, que seguramente no sería muy bien acogida por parte de la ciudadanía europea en un momento de máximo desprestigio de las Instituciones Europeas y con la actual correlación de fuerzas.

Pero merece la pena intentarlo. De todos modos, ya se están haciendo grandes desembolsos de dinero público a la carta, decididos en despachos cerrados, en un contexto de competición multilateral entre los Estados y presentados al público como si no hubiera alternativa. Y como hay vacío legal al respecto, nadie deberá rendir cuentas de lo se está haciendo. Desde mi punto de vista, debemos dotarnos de unas normativas europeas que pongan la solidaridad y la convergencia en los niveles económicos en el centro de la recuperación: el interés colectivo de toda la ciudadanía europea por encima de los intereses del sector financiero y de los ejecutivos que gobiernan en su nombre.



*La foto está prestada de la portada del informe anual de Finance Watch de 2013.