Finalmente he
leído CHAVS,
el libro del sociólogo británico Owen
Jones que hizo furor en los círculos de izquierdas tras su publicación
en 2011. Es un libro interesantísimo, lleno de datos y con un trabajo de campo
muy intenso; muy lúcido, ameno y asequible, aunque también sorprendentemente
ingenuo en algunos momentos. Supongo que esta ingenuidad, libre de apriorismos,
es la clave de su éxito. CHAVs hace una radiografía meticulosa de la sociedad
británica, y analiza cómo las políticas de Thatcher, y la
posterior rendición ideológica y política de la socialdemocracia (New Labour)
han destruido por completo la dignidad de la clase obrera en el imaginario
británico y cómo esto, entre otros factores, ha sido caldo de cultivo para el
crecimiento de la Extrema Derecha. Es un libro que hay que leerse. Ahí va
mi resumen y algunas apreciaciones para abriros el apetito.
La primera pregunta
que me hacen cuando hablo de este libro es: ¿qué significa CHAV? La palabra
viene del caló chavi, que significa niño. Nuestro “chaval” tiene el
mismo origen etimológico. En todo caso la traducción correcta (con todas sus
connotaciones) al castellano vendría a ser quinqui,
o choni. Un chisme británico dice que es acrónimo de “Council
Housed And Violent”: que vive en bloques marginales de protección social, y es
violento. El Collins English Dictionary quiso ser muy impoluto cuando lo
definió como “una persona joven de clase trabajadora que viste ropa deportiva”.
Es un mote despectivo, evoca una especie de subclase no civilizada: vaga,
inútil, racista, machista, yonki, incluso violenta, etc. Como dice el autor,
“clase trabajadora que se ha vuelto consumista sólo para gastarse el dinero de
manera hortera y poco civilizada, sin el discreto encanto de la burguesía”.
La viva imagen del Lumpen del siglo XXI. En realidad, como le confesaba al
autor una persona de un suburbio pobre de Londres, “Chav… significa
sólo pobre”.
Tesis principal
Jones denuncia que se
ha normalizado una cantidad brutal de violencia contra la clase obrera en la
sociedad británica, sintetizada por la caricatura chav. La clase obrera se ha
demonizado, deshumanizado: es una especie de subclase temible, sin capacidades
ni aspiraciones, racista y violenta, contra la cual todo desprecio está
justificado. A lo largo del libro, Jones dirime las razones de esta
construcción social sobre la clase obrera, situando como punto de partida el
acceso de Margaret Thatcher al poder y la aplicación despiadada de sus
políticas neoliberales, así como su esfuerzo concertado para cambiar las
consciencias: la guerra ideológica.
Por lo que respecta a
las políticas, Jones describe como la privatización, desregulación y la
liberalización de la economía (la triada, receta del consenso de Washington cuya
aplicación se conoció en EEUU como Reaganomics, que también construyó su propia
caricatura chav: la
"white trash" americana) supusieron la pérdida de millones de
trabajos industriales, que luego no se han recuperado en otros sectores,
dejando a comunidades enteras sin trabajo seguro. La batalla de Thatcher contra
los sindicatos también acabó con un elemento articulador de las necesidades,
aspiraciones y la solidaridad de la clase trabajadora británica. Con Thatcher,
la clase trabajadora británica perdió los pilares que sustentaban su vida: las
fábricas o las minas, los sindicatos, y con ellos la solidaridad que ligaba el
futuro de cada persona a los logros colectivos.
Pero la batalla
ideológica, aunque mucho más sutil, fue la definitiva. El Thatcherismo
introdujo la idea de que todo el mundo debía aspirar a ser clase media; tener
la propiedad de su casa, ascender en el escalafón, en busca de mejores
condiciones materiales y sociales. Ser de clase trabajadora ya no era un motivo
de orgullo. Se redefine la aspiración social: de la mejora de las condiciones
materiales del colectivo al progreso individual. La economía liberal no
entiende de clases, y da la oportunidad a todo el mundo, si lo desea, de
convertirse en clase media. Quién no lo consigue, es porque no quiere.
Por parte de la clase
política y los medios de comunicación, la imagen de la clase obrera se deforma
hasta convertirla en una caricatura grotesca. Se exageran y se presentan como
representativos casos aislados de gente que se aprovecha del sistema, de desgracias
en familias desestructuradas, de embarazos adolescentes. El discurso de odio,
de pobres contra pobres, se fomenta en un esfuerzo concertado para cambiar las
actitudes de la gente: desde la solidaridad hacia el individualismo ferviente.
La clase obrera británica, derrotada, entra en el nuevo paradigma social
adoptando la postura de odio contra los chavs,
como expresión de frustración, o de distanciamiento social para evitar ser
estigmatizada.
Con este nuevo
paradigma social, la pobreza y el paro o la desigualdad ya no se ven como
problemas sociales, producidos por el sistema, sino como problemas individuales
de cariz moral. Si la gente es pobre es porque es vaga, gasta demasiado o no
aspira a dejar de serlo. La consecuencia política de la hegemonización de este
discurso es la justificación de un sistema desigual. Si los pobres son pobres
por su culpa, ¿por qué tener un Estado del Bienestar? Cuando se racionaliza la
desigualdad como expresión de talentos y habilidades distintas, desaparece el
apoyo a medidas redistributivas. Negar la existencia de clases sociales (porque
“todos somos clase media”) como fenómeno sistémico le quita importancia a la
redistribución de la riqueza, y deshumanizar a la gente pobre es funcional a
justificar su situación de marginalidad.
Por cierto, cuando el
PP y CiU hablan de la “cultura del esfuerzo” o “meritocracia” se refieren a
esto; aunque después de Bárcenas y Pujol les resulta mucho más difícil hacer
creíble que sus privilegios se deban al esfuerzo.
La Decepción con el
New Labour
Este nuevo paradigma,
que Jones define como una suerte darwinismo social, fue completamente
incorporado por el Labour Party, a través de un manifiesto por un New Labour,
un nuevo laborismo, que abrazaba las ideas económicas liberales, bajo el
liderazgo de Tony Blair y Gordon Brown. El Labour Party, desmoralizado por la
hegemonía conservadora que les había apartado del gobierno británico durante 4
legislaturas consecutivas, con una estructura de partido cada vez más apartada
de la base sindical que lo creó, burocratizado y elitizado, sin apenas líderes
de origen obrero, y habiendo sido penetrado por la hegemonía ideológica y
discursiva del Thatcherismo, creyendo que así ganaría el centro, sucumbió sin
remedio.
La socialdemocracia
abandona el discurso de mejorar las condiciones de vida de la clase
trabajadora, por el de la “igualdad de oportunidades”. La oportunidad de
escapar de la clase trabajadora, se entiende. Debemos aspirar a enriquecernos
individualmente, a ser clase media. El Estado nos da las herramientas para que
todos compitamos en igualdad de condiciones en el mercado y, a partir de ahí,
la pobreza sigue siendo un fracaso personal, consecuencia de nuestros defectos
o incluso decisiones.
Jones pone de
manifiesto las contradicciones de hacer política social ignorando la cuestión
de clase. Cita el ejemplo de las políticas de género y es inevitable hacer el
paralelismo con algunas medidas del PSOE como el Cheque-Bebé, una suma igual
para todas las mujeres por nacimiento o adopción, ignorando que algunas mujeres
tenían necesidades mayores y mucho más continuadas, y otras no.
La clase y la
desigualdad son transversales a todas las políticas, y si las ignoras no
transformas la realidad en favor de los de abajo, que al final son la base del
electorado laborista, que se sintió abandonado. El Labour Party no cuestionó en
ningún momento la ideología neoliberal. El precario estado de organización en
el que Thatcher había dejado a los sindicatos y el colapso de la URSS no
contribuyeron a una contestación de este viraje del Labour desde la izquierda.
Por otro lado,
capitalizar el liderazgo de una clase trabajadora que había pasado de estar
articulada alrededor de los centros de trabajo y los sindicatos, a estar
dispersa, temporalizada y precarizada, no es un reto negligible. Para dirigirse
a esta nueva forma de clase trabajadora, fragmentada, no organizada y mucho más
volátil, había que echar raíces en las comunidades, y dejar de poner tanto
énfasis en su aspecto laboral. Esto es precisamente lo que ha hecho el British National
Party.
La Cuestión Racial
Borrada la clase
social del discurso oficial como elemento de análisis, se entiende la
desigualdad sólo a través del prisma de la “raza”. Así, desde los estamentos
políticos y mediáticos se le dice de algún modo a la clase obrera blanca que no
tiene derecho a quejarse por ser pobre, porque ellos lo tienen fácil, dado que
no son negros. Esto se propaga al mismo tiempo que se va introduciendo el
discurso racista, con la idea de que no hay suficientes recursos para todos, y
que los inmigrantes se quedan una buena parte de ellos. Además de no presentar
NUNCA a la clase trabajadora con toda su realidad multiétnica.
La demonización
conlleva una crisis identitaria para clase obrera británica. La inseguridad
material (con mucho paro, con ingresos estancados, sin acceso a una vivienda
digna, sin sindicatos que la articulen) sumada a la inseguridad cultural de la
demonización, la eliminación de la noción de clase, y el cambio poblacional que
suponen los flujos migratorios con el discurso racista que se va introduciendo,
resultan una combinación explosiva. En una sociedad multiétnica, donde la
desigualdad se entiende sólo a través de la “raza”, la clase obrera blanca se
racializa, y se construye como otra minoría étnica marginada.
Sin embargo, la identidad racial supone una degradación respecto a la
identidad de clase. Toda identidad aporta un sentimiento de pertenencia y de
valor propio. Pero mientras la identidad de clase se basa en la solidaridad
universal de los de abajo, la identidad etnicista se basa en el nacionalismo;
en el gregarismo, en el “nosotros” frente a “ellos”. El orgullo identitario
británico se relaciona con un determinado color de piel (blanco) y con su
pasado imperialista. La racialización de la desigualdad legitima la defensa de
los blancos frente a otros grupos que defienden los intereses de otras etnias.
Cuando algunos elementos de la clase obrera británica empiezan a adoptar
expresiones racistas le dan al discurso oficial el argumento definitivo para
despreciarlos.
En general, ha habido
un cambio de la política de clase a la política identitaria, también por parte
de la izquierda. Mientras que en ciertos contextos, este voto identitario
decepcionado con la socialdemocracia ha
sido capitalizado por partidos regionalistas deizquierdas, como el Scotish
National Party en Escocia, en Inglaterra la única identidad disponible es
la británica. Y el British National Party ha sabido jugar muy bien sus cartas,
erigiéndose como defensor de la clase trabajadora blanca (por blanca, no por
clase trabajadora), con una retórica neoliberal a nivel nacional, pero con una
implantación asistencialista y populista muy fuerte en las comunidades.
Mis Pros y Contras de
CHAVS
Entre las virtudes de
CHAVS destaca el exhaustivo trabajo de campo que Owen Jones ha realizado. El
tipo ha hablado con todo el mundo: desde parlamentarios del partido conservador
(tories) hasta cajeras de supermercado y teleoperadores. La cantidad de puntos
de vista y anécdotas que documenta consiguen realmente familiarizar a quién lee
el libro con muchas de las vicisitudes de la sociedad británica. También
describe y documenta muy bien las muchísimas situaciones de explotación que se
dan en una de las sociedades más desiguales de Europa.
Por otro lado, la
gran cantidad de datos que aporta también sirven para desmontar muchas de las
ideas establecidas del discurso liberal del viejo pero renovado darwinismo
social. Por ejemplo, demuestra con datos, que a pesar de que un aumento de la
oferta de mano de obra (con los flujos migratorios) causa contención salarial,
la mayoría de nuevos puestos de trabajos han ido primordialmente a trabajadores
blancos nacidos en Gran Bretaña. También desmiente la idea de que la gente
pobre gasta demasiado o no sabe mantener sus finanzas, citando numerosos
estudios que demuestran que en general la gente más pobre tiene mucha más
disciplina presupuestaria. Y uno de los grandes mitos neoliberales contra el
que es más beligerante es el de quien “se aprovecha del sistema”: contrapone
eficazmente la evasión fiscal de los ricos (70 veces mayor) y aporta multitud
de datos y argumentos que muestran por qué no
es lo mismo intentar conseguir dos sueldos cuando no se puede llegar a fin de
mes que no contribuir al fisco cuando se dispone de millones en la cuenta
bancaria.
La mención al género
es constante, y aunque no lo discuta en profundidad, el autor nunca pierde la
perspectiva. En algún momento insinúa una idea que a mi juicio es sumamente
interesante, sobre la que cabría un análisis mucho más extenso: cómo el odio a
la clase trabajadora se solapa con la misoginia. Al final, la imagen
representativa de la clase trabajadora ha pasado del obrero industrial de
mono azul a la cajera del Mercadona. De hecho, la madre soltera adolescente es
una de las grandes caricaturas chav,
con el personaje de Vicky
Pollard en la serie de TV Little Britain como paradigma. El economista
Thorstein Veblen ya explicó en su famosa obra La
Teoría de la Clase Ociosa de
1899 cómo los trabajos que requieren fuerza física y que suelen poner de
relieve los atributos masculinos gozan de mucha más reputación social que los
trabajos reproductivos, asociados más a la condición femenina. Por lo tanto, el
desprestigio en la representación de la clase obrera también se sustenta en el
machismo.
Por otro lado, CHAVS
también tiene a mi juicio ciertas carencias. La exhaustividad y el rigor de
muchos de los argumentos contrastan con una total falta de referencias en
algunos pasajes que sorprenden en un sociólogo. Por ejemplo, cuando aborda la
definición de clase citando a Marx pero ignorando a Bourdieu, y sólo por citar
a los clásicos, o cuando expone algunas ideas sobre multiculturalismo o género.
También adopta una narrativa francamente simple diciendo varias veces, y de
pasada, que la crisis fue causada por “la codicia de algunos banqueros” cuando
lleva todo el libro dirimiendo las consecuencias de las políticas neoliberales.
Tampoco hace entrar
en el análisis a la izquierda que está a la izquierda del Labour Party. La
omisión se me hizo ensordecedora a mí, igual que le pasará –imagino- a la
mayoría de su público. Más allá de los sindicatos, rara vez menciona ninguna
otra forma de organización social de base. Ni movimientos sociales, ni
movimiento vecinal, etc. A pesar de criticar la criminalización de la clase
obrera, sólo en una ocasión el libro ofrece una imagen positiva y no
derrotista; más allá de eso no se menciona ninguna otra historia de éxito alrededor
de la cual haya podido pivotar una cierta recuperación de la dignidad de clase.
Finalmente, parece
haber una confusión con el concepto de clase media, que unas veces es
presentado como una entelequia del discurso neoliberal y en otras como una
realidad social que define todo lo que no es clase baja. Ahí Jones peca de una
cierta tradición socialdemócrata, y a pesar de denunciar meridianamente el
origen monárquico del primer ministro David Cameron, es incapaz de identificar
con claridad a la clase alta sin confundirla con las clases acomodadas que no
son élite. Sin embargo, es evidente que en una sociedad donde el 90% de la
gente cobra menos de 44,000 libras (56,000 euros) al año, la existencia de una
amplia y clara clase media es dudosa.
Parece que la obra se
dirige, pues, a los dirigentes laboristas, a los sindicatos casi desaparecidos
y a toda la industria mediática que alimenta esta pérdida de modelo político
“moderado” ante el neoliberalismo salvaje. Una síntesis que no pueden obviar, si
no han dejado de interesarse por la realidad de los que dicen representar y
cómo se reconstruye cotidianamente. No estaría mal que en el PSOE, y toda la
gente que se define como socialdemócrata, tomaran nota, antes de vender falsas
regeneraciones.