martes, 16 de diciembre de 2014

El señor Draghi tiene un problema llamado 2%

Parafraseando a Maragall cuando denunció la presunta financiación irregular de CiU, el señor Draghi tiene un problema, y este problema se llama 2%. El objetivo principal del Banco Central Europeo es mantener la estabilidad de precios alrededor de 2% y según el EuroStat de noviembre la inflación en Europa está virtualmente a zero (0.3%). La baja inflación acentúa el riesgo de volver a entrar en recesión.
Los problemas de la Zona Euro vienen por un lado de la construcción deficitaria de la zona monetaria común y por otro lado de la respuesta austeritaria que se está dando a la crisis.

En cuanto a la construcción zona monetaria
: para entrar en la Zona Euro un país debía cumplir con el Tratado de Maastricht, que se suponía que garantizaba la convergencia de las economías para hacer viable una moneda común. Pero este tratado carecía de lo sustancial: garantizar el equilibrio de los flujos macroeconómicos entre países. Fijando la vista sólo en la convergencia nominal (nivel y tipos de interés sobre la deuda pública e inflación) no se prestó atención a cómo ésta se financiaba. Y fue a base de deuda externa de los países de la periferia económica de la zona monetaria. Una deuda comercial y financiera, lo que se conoce como un “doble déficit”. Para entendernos: con el euro comprábamos coches a Alemania con nuestra propia moneda (no había que cambiar pesetas por marcos), y lo hacíamos con el dinero que nos prestaba el Santander, que le prestaba el Deustche Bank. Evidentemente esto es insostenible y con la crisis financiera las bancarrotas dejan un agujero financiero que pasa, vía rescates, a ser deuda pública.

Además, las políticas de austeridad impuestas por la Troika no hacen más que empeorar la crisis: frente a una contracción de la deuda y del consumo, el Estado no compensa expandiéndose sino al contrario, contrayendo la economía aún más. Europa renuncia con la austeridad a llevar a cabo una política fiscal expansiva y se juega todas las cartas en la política monetaria. Lo único que puede hacer el Banco Central Europeo (BCE) en el marco legislativo actual es bajar el tipo de interés. Pero una vez el tipo de interés está a zero (actualmente está en el 0.05%) no puede bajar más y la política monetaria tradicional se vuelve inefectiva. Esto se llama el Zero Lower Bound. Y aunque el dinero esté tan barato, nadie quiere endeudarse más, porque la gente está hasta las cejas de deuda y sufriendo cada mes para poder pagarla. Por lo tanto, el nuevo dinero que inyecta el BCE en la economía se destina a pagar deudas y no a crear nuevas deudas para estimular el crecimiento. Estamos en lo que se conoce como una trampa de liquidez.

Como decía al principio, el único mandato económico que tiene el BCE es el de mantener la estabilidad de precios, con la inflación al 2%. Ahora está al 0% y si entramos en deflación el ciclo económico de recesión se acentuará porque la deuda en términos reales va a subir. Y si sube la deuda, es más difícil devolverla, y menos gente podrá pagarla. Podemos entrar en una deflación por deuda (debt-deflation) que significaría volver a entrar en recesión y a poner la estabilidad macroeconómica de los países más vulnerables de la Zona Euro en entredicho. Hasta la fecha todos los grandes acuerdos monetarios internacionales (a saber, el Patrón Oro y Bretton Woods) han sido fulminados por una deflación por deuda. El euro puede ser su próxima víctima, y Draghi debe evitarlo.

De 2010 a 2012, en plena crisis de la deuda soberana, a raíz de los rescates bancarios, el BCE desembolsó alrededor de 200 billones de euros (2,2% del PIB de la UE), en los que aceptaba Bonos del Estado como fianza para prestar dinero a los bancos en problemas, financiando así indirectamente a los Estados. Sin embargo, para los Estados los préstamos tenían un interés más elevado mientras que para los bancos era sólo del 1%, proporcionando ese margen de beneficio al sector financiero, y no para aliviar la carga financiera de los gobiernos. Además, estas ayudas estaban condicionadas a la aplicación de reformas estructurales, que han supuesto contrareformas regresivas, recortes en el presupuesto público y pérdida de derechos sociales y laborales, agravando la crisis en vez de solventarla y con ello perjudicando la estabilidad fiscal de los gobiernos que decía perseguir. Desde 2008, el BCE ha estado aportando tímidamente más liquidez al mercado financiero, pero con la trampa de liquidez y en el Zero Lower Bound, tiene que llevar a cabo medidas más drásticas para que la política monetaria tenga efecto. El problema es que el BCE no puede prestar directamente a los Estados, a diferencia de la Reserva Federal o el Banco de Inglaterra, que han imprimido dólares y libras para prestarlas a sus gobiernos. De hecho, Draghi ya ha hecho más de lo que estaba contemplado en la ley, como comprar activos tóxicos y prestar dinero a bancos para saldar sus agujeros financieros, con la esperanza burda de que el “trickle-down economics” funcionara.

Cuando en 2012 se hizo evidente la insuficiencia de estas medidas y había riesgo de contagio en países más grandes en la Eurozona, el BCE anunció que podría comprar directamente bonos de deuda pública (aunque en el mercado secundario). Sin embargo, este mecanismo chocó con la oposición frontal de Alemania, que considera que la compra de bonos de un país sin condicionar su política económica sería “favoritismo” y daría malos incentivos. Por lo demás estas transacciones no se han llevado a cabo porque requieren que los países no tengan problemas para financiarse en los mercados privados para acudir a su rescate, un requisito absurdo a todas luces. El anuncio logró apaciguar temporalmente los mercados, pero no solucionó el problema.

En junio de 2014 y ante el riesgo de deflación por la deuda, Draghi fue más allá y anunció la posibilidad de llevar a cabo medidas de expansión cuantitativa. En una expansión cuantitativa, el Banco Central aumentaría su balance imprimiendo billetes y inyectándolos en la economía. Falta por ver cómo se inyectarían estos nuevos euros impresos. Hasta ahora, ha comprado solo ABS (asset-backed securities, es decir, titulizaciones de hipotecas) y bonos bancarios y los expertos calculan que esto no será suficiente para llevar a cabo el estímulo que necesitaría la zona monetaria, que es de 1 billón de euros.

El BCE tiene que inyectar mucho más dinero en la economía para evitar la deflación y el único mercado de activos suficientemente grande para absorber este dinero es el de la deuda pública. Además, así aliviaría el estrés financiero de los gobiernos como el griego, y le daría margen para que atiendan a su ciudadanía más necesitada. El problema es que la deuda pública corresponde a cada uno de sus 17 estados miembro, y monetizar la de un país supone una desventaja para los demás, un hecho que gobiernos insolidarios como el Alemán no están dispuestos a aceptar. Otra opción es avanzar hacia la mutualización de la deuda, la reivindicada creación de Eurobonos, para compartir y diversificar el riesgo financiero en la Zona Euro. Una medida a la que Alemania también se opone.

En su comparecencia del jueves 4 de diciembre, Draghi no ha aportado más concreción a las medidas de expansión cuantitativa. Ha insistido en mantener las reformas estructurales y la austeridad como garantía del crecimiento, y ha expresado su confianza en que el Plan Juncker supondrá el estímulo fiscal que necesita la Zona Euro. También ha achacado la baja inflación a la caída de los precios del petróleo y no a su política monetaria. Da la sensación de que Draghi espera que sus pomposos anuncios calen en las expectativas y que los mercados reaccionen a su tímida compra de activos privados. Parece que espere que la situación se solucione sola sin llevar a cabo medidas que le enfrenten a Merkel.

Es cierto que Draghi desde el BCE no tiene tanto margen como Merkel y Juncker y la Comisión Europea, porque el margen para el estímulo económico con la política monetaria es mínimo. Pero sí que puede dejar de ser cómplice de la austeridad y gestionar la soberanía monetaria compartida en favor del colectivo y no de los intereses de Alemania. Es lo único que puede garantizar la continuidad del euro, porque los crecientes desequilibrios en una Europa asimétrica con una moneda común y 17 soberanías fiscales independientes, son insostenibles, y hay que corregirlos.

El problema de la deuda soberana europea está sobre la mesa y no se soluciona solo: el Banco Central Europeo tiene mucho que decir sobre él. La situación financiera de los países de la periferia es asfixiante, y la Troika no puede pretender condicionar las políticas que son su responsabilidad a mantener la sangría de recortes. Y Merkel tiene que entender y aceptar que a medio plazo no será posible una moneda europea común sin una deuda europea común.

Este artículo fue publicado en el blog El Salmón Contracorriente.

viernes, 17 de octubre de 2014

Sobre la Unión Bancaria en la UE

A raíz de la crisis financiera global, un gran número de bancos considerados “too big to fail” (demasiado grandes para caer en bancarrota) han sido rescatados. En España fueron varios, entre ellas Caixa Catalunya, Unnim, la CAM o Bankia. Esto ha supuesto un desembolso de dinero público sin precedentes, que a falta de un protocolo de actuación en caso de fallida bancaria, se ha ido haciendo a salto de mata, tomando las decisiones políticas ad hoc a medida que acontencían los problemas.

Esta manera de actuar, además de poco previsora e ineficiente, ha sido sumamente anti-democrática: con toda la carga asumida por los deudores y con los contribuyentes obligados a rescatar a sus bancos nacionales, sin rechistar y advertidos de que no había alternativa, a costa de sus servicios públicos y en el caso de España, al mismo tiempo que esos mismos bancos orquestaban una sangría brutal a la ciudadanía en el mercado de vivienda. Desde 2012, la Comisión Europea está desarrollando la propuesta de crear una Unión Bancaria Europea, para desarrollar mecanismos que estipulen qué hacer en casos de fallida bancaria.

¿En qué consiste esta Unión Bancaria y qué se pretende con ella? Viviendo en Bruselas he podido seguir de cerca el debate sobre el tema. Si se es capaz de sobrevivir a ciertas declaraciones neoliberales indigestas, es interesante saber qué piensa y propone el mainstream económico acerca de estos temas. Cabe decir que, a pesar del triunfalismo que les caracteriza, la realidad es cada vez más difícil de esquivar. En contraste con una conferencia de Mario Draghi a la que asistí hará cosa de un año, donde habló como si la crisis ya hubiera acabado y sin reparar en los errores cometidos ni atacar la injusta redistribución de los costes, últimamente el diagnóstico es más sólido: la crisis no ha terminado, el nivel de desempleo sigue siendo grave, con la actividad industrial y económica aún sin alcanzar niveles pre-crisis, la deuda aún no está estabilizada y estamos en riesgo de deflación.

Es más, los problemas subyacentes que han contribuido a la situación actual persisten. En la Unión Europea el sistema financiero está fraccionado y el mandato del Banco Central Europeo no incluye ser el prestamista de último recurso de las entidades financieras o prestar directamente a los Estados. Es decir, que si vuelve a haber una fallida bancaria, no tenemos un mecanismo europeo para solucionarlo. Estas características configuran una nefasta estructura de incentivos.

En lo que se refiere al fraccionamiento, significa que los activos bancarios están diversificados por los distintos países europeos, y no hay canales de intermediación financiera institucional no relacionados con los bancos. Los bancos europeos son corporaciones internacionales que operan bajo 28 sistemas de regulación distintos, con sus subsidiarias legalmente separadas entre sí, de manera que no se les puede someter a una responsabilidad global. Si ING en España entra en bancarrota, el ING belga no tiene ninguna responsabilidad de acudir a rescatarlo, a pesar de que ambos son propiedad de las mismas personas.

Por otro lado, el hecho de no ser el Banco Central Europeo el prestamista de último recurso permite trasladar la vulnerabilidad financiera de los bancos a los Estados sin que haya una red de seguridad que los ampare. Existe una especie de acuerdo tácito según el cuál el BCE intervendrá para salvar la economía; pero esto no forma parte de su mandato, ni está escrito en ningún lado cuándo y cómo debe hacerlo, de manera que no se pueden fiscalizar las responsabilidades de cada cuál ex-post. 


Esta situación hace que el riesgo económico no haya desaparecido, y a pesar de que se ha conseguido estabilizar mínimamente el mercado de la deuda, hace falta el mínimo problema para que el pánico se desate otra vez. Para poner un ejemplo: cuando el pánico bancario se desató en Chipre, todos los mercados de deuda europeos se resintieron. Sin embargo, la economía de Chipre tiene un volumen de 20.000 millones de euros, menos del 0,2% del PIB de la Zona Euro. Algo falla cuando un problema tan pequeño se transmite rápidamente y se convierte en un problema mucho mayor.

*

La Unión Bancaria se supone que pretende atacar estos problemas. La cuestión es romper el nexo entre el sistema bancario de un Estado y su deuda pública. En caso de fallida bancaria, cómo evitar que se traslade al sector público. Desde que se desató la crisis financiera en 2007, hasta 2009, hubo una primera fase donde el principal problema eran las bancarrotas bancarias, con el sector incapaz de hacer frente a sus obligaciones y pagar sus deudas: el grifo del dinero, altamente líquido en la burbuja financiera hasta 2006, se secó de golpe. Esto se llama una trampa de liquidez. Los bancos, recelosos los unos de los otros, dejaron de prestarse entre sí; no se movía ni un euro en el mercado interbancario europeo.

[Pequeño paréntesis en el relato: ahí es cuando se fraguó el fraude con muchas hipotecas que estaban indexadas al Líbor o al Euríbor, los tipos de interés del mercado interbancario, porque nadie se prestaba dinero, y por tanto este no tenía precio. Así, los bancos pactaron una tasa de interés, a lo cártel, para seguir cobrando sus préstamos.]

A partir de 2009 empezaron los rescates, y desde 2010-2011 el problema se ha trasladado al sector público, ya que el Estado, al tener que asumir las deudas bancarias, vio como la propia deuda pública sobre el PIB se disparaba. Por ejemplo: España se ha dejado casi 60.000 millones de euros en inyecciones directas y casi un 40% del PIB en esta y otros tipos de ayuda.

El incremento de la deuda pública, sumada a las débiles condiciones macroeconómicas de los Estados, sumidos en crisis, y con el espiral de recesión acentuado por las políticas de austeridad, hacía peligrar la confianza en su capacidad de pago. Los famosos “mercados” de capitales, pedían cada vez más y más intereses a cambio de confiar e invertir en bonos del Estado. Muchos de estos inversores privados que han comprado deuda pública han sido asimismo entidades financieras, y con la desconfianza en la deuda del Estado trasladándose a una pérdida de solidez de sus acreedores, el problema puede volver a repetirse infinitamente. Esto se ha venido a llamar “Loop Diabólico”, y es un mecanismo de contagio clave de problemas económicos dentro de la Zona Euro.

La Comisión Europea está llevando a cabo una propuesta de Unión Bancaria sin el suficiente debate político ni académico que lo acompañe, sobretodo públicamente. Esencialmente, para evitar que los Estados se hagan cargo de sus sistemas financieros fallidos hace falta desarrollar un Fondo de rescate bancario (lo que fue el FMI para Bretton Woods). Y para evitar los ataques especulativos contra la deuda pública, y repartir mejor sus costes entre deudores y acreedores, hace falta reestructurar y mutualizar de la deuda pública, por lo menos, en la zona Euro.

Tampoco se están abordando otros problemas de fondo. Por ejemplo: ¿En qué punto está el debate sobre la deuda en Europa? ¿Hay demasiada? ¿Cómo hacemos para reducirla? Si los bancos, las empresas y las familias, que están excesivamente endeudados, sólo piensan en reducir su deuda en el corto plazo, ¿cómo vamos a estimular la economía para salir de la recesión? ¿Cómo reducimos los incentivos bancarios a tener comportamientos de riesgo? ¿Por qué nadie está hablando, salvo honrosas excepciones, de separar la banca comercial de la banca de inversión? Hay que tener en cuenta que el sector financiero supone alrededor de 4 veces el PIB de la Zona Euro; urge tener un debate serio sobre estas cuestiones.

Da la sensación de que los cabezas de Estado europeos tienen miedo a que Europa entre en una especie de estancamiento secular a la Japonesa, y buscan estimular el sector financiero a corto plazo para que vuelva a haber crecimiento y salvarse en sus próximas citas electorales. Pero estimulando el sector financiero sin cambios estructurales en la estructura productiva de la economía real, sólo se crean más burbujas.

Por otro lado, las propuestas de más integración para desarrollar mecanismos de solidaridad son rechazadas frontalmente por unaAlemania cuyas clases populares han visto su calidad de vida disminuir. Angela Merkel crece en popularidad entre su electorado cuando dice que la ciudadanía alemana ya ha sido suficientemente solidaria con Europa, mientras obvía que la oligarquía alemana ha sido la más beneficiada del Euro. Por otro lado, cambiar el mandato del BCE y establecer mecanismos de estímulo fiscal requiere un cambio de tratados, que seguramente no sería muy bien acogida por parte de la ciudadanía europea en un momento de máximo desprestigio de las Instituciones Europeas y con la actual correlación de fuerzas.

Pero merece la pena intentarlo. De todos modos, ya se están haciendo grandes desembolsos de dinero público a la carta, decididos en despachos cerrados, en un contexto de competición multilateral entre los Estados y presentados al público como si no hubiera alternativa. Y como hay vacío legal al respecto, nadie deberá rendir cuentas de lo se está haciendo. Desde mi punto de vista, debemos dotarnos de unas normativas europeas que pongan la solidaridad y la convergencia en los niveles económicos en el centro de la recuperación: el interés colectivo de toda la ciudadanía europea por encima de los intereses del sector financiero y de los ejecutivos que gobiernan en su nombre.



*La foto está prestada de la portada del informe anual de Finance Watch de 2013.


lunes, 22 de septiembre de 2014

CHAVS: la demonización de la clase obrera

Finalmente he leído CHAVS, el libro del sociólogo británico Owen Jones que hizo furor en los círculos de izquierdas tras su publicación en 2011. Es un libro interesantísimo, lleno de datos y con un trabajo de campo muy intenso; muy lúcido, ameno y asequible, aunque también sorprendentemente ingenuo en algunos momentos. Supongo que esta ingenuidad, libre de apriorismos, es la clave de su éxito. CHAVs hace una radiografía meticulosa de la sociedad británica, y analiza cómo las políticas de Thatcher, y la posterior rendición ideológica y política de la socialdemocracia (New Labour) han destruido por completo la dignidad de la clase obrera en el imaginario británico y cómo esto, entre otros factores, ha sido caldo de cultivo para el crecimiento de la Extrema Derecha. Es un libro que hay que leerse. Ahí va mi resumen y algunas apreciaciones para abriros el apetito.

La primera pregunta que me hacen cuando hablo de este libro es: ¿qué significa CHAV? La palabra viene del caló chavi, que significa niño. Nuestro “chaval” tiene el mismo origen etimológico. En todo caso la traducción correcta (con todas sus connotaciones) al castellano vendría a ser quinqui, o choni. Un chisme británico dice que es acrónimo de “Council Housed And Violent”: que vive en bloques marginales de protección social, y es violento. El Collins English Dictionary quiso ser muy impoluto cuando lo definió como “una persona joven de clase trabajadora que viste ropa deportiva”. Es un mote despectivo, evoca una especie de subclase no civilizada: vaga, inútil, racista, machista, yonki, incluso violenta, etc. Como dice el autor, “clase trabajadora que se ha vuelto consumista sólo para gastarse el dinero de manera hortera y poco civilizada, sin el discreto encanto de la burguesía”. La viva imagen del Lumpen del siglo XXI. En realidad, como le confesaba al autor una persona de un suburbio pobre de Londres, “Chav… significa sólo pobre”.


Tesis principal

Jones denuncia que se ha normalizado una cantidad brutal de violencia contra la clase obrera en la sociedad británica, sintetizada por la caricatura chav. La clase obrera se ha demonizado, deshumanizado: es una especie de subclase temible, sin capacidades ni aspiraciones, racista y violenta, contra la cual todo desprecio está justificado. A lo largo del libro, Jones dirime las razones de esta construcción social sobre la clase obrera, situando como punto de partida el acceso de Margaret Thatcher al poder y la aplicación despiadada de sus políticas neoliberales, así como su esfuerzo concertado para cambiar las consciencias: la guerra ideológica.

Por lo que respecta a las políticas, Jones describe como la privatización, desregulación y la liberalización de la economía (la triada, receta del consenso de Washington cuya aplicación se conoció en EEUU como Reaganomics, que también construyó su propia caricatura chav: la "white trash" americana) supusieron la pérdida de millones de trabajos industriales, que luego no se han recuperado en otros sectores, dejando a comunidades enteras sin trabajo seguro. La batalla de Thatcher contra los sindicatos también acabó con un elemento articulador de las necesidades, aspiraciones y la solidaridad de la clase trabajadora británica. Con Thatcher, la clase trabajadora británica perdió los pilares que sustentaban su vida: las fábricas o las minas, los sindicatos, y con ellos la solidaridad que ligaba el futuro de cada persona a los logros colectivos.

Pero la batalla ideológica, aunque mucho más sutil, fue la definitiva. El Thatcherismo introdujo la idea de que todo el mundo debía aspirar a ser clase media; tener la propiedad de su casa, ascender en el escalafón, en busca de mejores condiciones materiales y sociales. Ser de clase trabajadora ya no era un motivo de orgullo. Se redefine la aspiración social: de la mejora de las condiciones materiales del colectivo al progreso individual. La economía liberal no entiende de clases, y da la oportunidad a todo el mundo, si lo desea, de convertirse en clase media. Quién no lo consigue, es porque no quiere.

Por parte de la clase política y los medios de comunicación, la imagen de la clase obrera se deforma hasta convertirla en una caricatura grotesca. Se exageran y se presentan como representativos casos aislados de gente que se aprovecha del sistema, de desgracias en familias desestructuradas, de embarazos adolescentes. El discurso de odio, de pobres contra pobres, se fomenta en un esfuerzo concertado para cambiar las actitudes de la gente: desde la solidaridad hacia el individualismo ferviente. La clase obrera británica, derrotada, entra en el nuevo paradigma social adoptando la postura de odio contra los chavs, como expresión de frustración, o de distanciamiento social para evitar ser estigmatizada.

Con este nuevo paradigma social, la pobreza y el paro o la desigualdad ya no se ven como problemas sociales, producidos por el sistema, sino como problemas individuales de cariz moral. Si la gente es pobre es porque es vaga, gasta demasiado o no aspira a dejar de serlo. La consecuencia política de la hegemonización de este discurso es la justificación de un sistema desigual. Si los pobres son pobres por su culpa, ¿por qué tener un Estado del Bienestar? Cuando se racionaliza la desigualdad como expresión de talentos y habilidades distintas, desaparece el apoyo a medidas redistributivas. Negar la existencia de clases sociales (porque “todos somos clase media”) como fenómeno sistémico le quita importancia a la redistribución de la riqueza, y deshumanizar a la gente pobre es funcional a justificar su situación de marginalidad.

Por cierto, cuando el PP y CiU hablan de la “cultura del esfuerzo” o “meritocracia” se refieren a esto; aunque después de Bárcenas y Pujol les resulta mucho más difícil hacer creíble que sus privilegios se deban al esfuerzo.


La Decepción con el New Labour

Este nuevo paradigma, que Jones define como una suerte darwinismo social, fue completamente incorporado por el Labour Party, a través de un manifiesto por un New Labour, un nuevo laborismo, que abrazaba las ideas económicas liberales, bajo el liderazgo de Tony Blair y Gordon Brown. El Labour Party, desmoralizado por la hegemonía conservadora que les había apartado del gobierno británico durante 4 legislaturas consecutivas, con una estructura de partido cada vez más apartada de la base sindical que lo creó, burocratizado y elitizado, sin apenas líderes de origen obrero, y habiendo sido penetrado por la hegemonía ideológica y discursiva del Thatcherismo, creyendo que así ganaría el centro, sucumbió sin remedio.

La socialdemocracia abandona el discurso de mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora, por el de la “igualdad de oportunidades”. La oportunidad de escapar de la clase trabajadora, se entiende. Debemos aspirar a enriquecernos individualmente, a ser clase media. El Estado nos da las herramientas para que todos compitamos en igualdad de condiciones en el mercado y, a partir de ahí, la pobreza sigue siendo un fracaso personal, consecuencia de nuestros defectos o incluso decisiones.

Jones pone de manifiesto las contradicciones de hacer política social ignorando la cuestión de clase. Cita el ejemplo de las políticas de género y es inevitable hacer el paralelismo con algunas medidas del PSOE como el Cheque-Bebé, una suma igual para todas las mujeres por nacimiento o adopción, ignorando que algunas mujeres tenían necesidades mayores y mucho más continuadas, y otras no.  

La clase y la desigualdad son transversales a todas las políticas, y si las ignoras no transformas la realidad en favor de los de abajo, que al final son la base del electorado laborista, que se sintió abandonado. El Labour Party no cuestionó en ningún momento la ideología neoliberal. El precario estado de organización en el que Thatcher había dejado a los sindicatos y el colapso de la URSS no contribuyeron a una contestación de este viraje del Labour desde la izquierda.

Por otro lado, capitalizar el liderazgo de una clase trabajadora que había pasado de estar articulada alrededor de los centros de trabajo y los sindicatos, a estar dispersa, temporalizada y precarizada, no es un reto negligible. Para dirigirse a esta nueva forma de clase trabajadora, fragmentada, no organizada y mucho más volátil, había que echar raíces en las comunidades, y dejar de poner tanto énfasis en su aspecto laboral. Esto es precisamente lo que ha hecho el British National Party.


La Cuestión Racial

Borrada la clase social del discurso oficial como elemento de análisis, se entiende la desigualdad sólo a través del prisma de la “raza”. Así, desde los estamentos políticos y mediáticos se le dice de algún modo a la clase obrera blanca que no tiene derecho a quejarse por ser pobre, porque ellos lo tienen fácil, dado que no son negros. Esto se propaga al mismo tiempo que se va introduciendo el discurso racista, con la idea de que no hay suficientes recursos para todos, y que los inmigrantes se quedan una buena parte de ellos. Además de no presentar NUNCA a la clase trabajadora con toda su realidad multiétnica.

La demonización conlleva una crisis identitaria para clase obrera británica. La inseguridad material (con mucho paro, con ingresos estancados, sin acceso a una vivienda digna, sin sindicatos que la articulen) sumada a la inseguridad cultural de la demonización, la eliminación de la noción de clase, y el cambio poblacional que suponen los flujos migratorios con el discurso racista que se va introduciendo, resultan una combinación explosiva. En una sociedad multiétnica, donde la desigualdad se entiende sólo a través de la “raza”, la clase obrera blanca se racializa, y se construye como otra minoría étnica marginada.

Sin embargo, la identidad racial supone una degradación respecto a la identidad de clase. Toda identidad aporta un sentimiento de pertenencia y de valor propio. Pero mientras la identidad de clase se basa en la solidaridad universal de los de abajo, la identidad etnicista se basa en el nacionalismo; en el gregarismo, en el “nosotros” frente a “ellos”. El orgullo identitario británico se relaciona con un determinado color de piel (blanco) y con su pasado imperialista. La racialización de la desigualdad legitima la defensa de los blancos frente a otros grupos que defienden los intereses de otras etnias. Cuando algunos elementos de la clase obrera británica empiezan a adoptar expresiones racistas le dan al discurso oficial el argumento definitivo para despreciarlos.

En general, ha habido un cambio de la política de clase a la política identitaria, también por parte de la izquierda. Mientras que en ciertos contextos, este voto identitario decepcionado con la socialdemocracia ha sido capitalizado por partidos regionalistas deizquierdas, como el Scotish National Party en Escocia, en Inglaterra la única identidad disponible es la británica. Y el British National Party ha sabido jugar muy bien sus cartas, erigiéndose como defensor de la clase trabajadora blanca (por blanca, no por clase trabajadora), con una retórica neoliberal a nivel nacional, pero con una implantación asistencialista y populista muy fuerte en las comunidades.


Mis Pros y Contras de CHAVS

Entre las virtudes de CHAVS destaca el exhaustivo trabajo de campo que Owen Jones ha realizado. El tipo ha hablado con todo el mundo: desde parlamentarios del partido conservador (tories) hasta cajeras de supermercado y teleoperadores. La cantidad de puntos de vista y anécdotas que documenta consiguen realmente familiarizar a quién lee el libro con muchas de las vicisitudes de la sociedad británica. También describe y documenta muy bien las muchísimas situaciones de explotación que se dan en una de las sociedades más desiguales de Europa.

Por otro lado, la gran cantidad de datos que aporta también sirven para desmontar muchas de las ideas establecidas del discurso liberal del viejo pero renovado darwinismo social. Por ejemplo, demuestra con datos, que a pesar de que un aumento de la oferta de mano de obra (con los flujos migratorios) causa contención salarial, la mayoría de nuevos puestos de trabajos han ido primordialmente a trabajadores blancos nacidos en Gran Bretaña. También desmiente la idea de que la gente pobre gasta demasiado o no sabe mantener sus finanzas, citando numerosos estudios que demuestran que en general la gente más pobre tiene mucha más disciplina presupuestaria. Y uno de los grandes mitos neoliberales contra el que es más beligerante es el de quien “se aprovecha del sistema”: contrapone eficazmente la evasión fiscal de los ricos (70 veces mayor) y aporta multitud de datos y argumentos que muestran por qué  no es lo mismo intentar conseguir dos sueldos cuando no se puede llegar a fin de mes que no contribuir al fisco cuando se dispone de millones en la cuenta bancaria.

La mención al género es constante, y aunque no lo discuta en profundidad, el autor nunca pierde la perspectiva. En algún momento insinúa una idea que a mi juicio es sumamente interesante, sobre la que cabría un análisis mucho más extenso: cómo el odio a la clase trabajadora se solapa con la misoginia. Al final, la imagen representativa de la clase trabajadora ha pasado del obrero industrial de mono azul a la cajera del Mercadona. De hecho, la madre soltera adolescente es una de las grandes caricaturas chav, con el personaje de Vicky Pollard en la serie de TV Little Britain como paradigma. El economista Thorstein Veblen ya explicó en su famosa obra La Teoría de la Clase Ociosa de 1899 cómo los trabajos que requieren fuerza física y que suelen poner de relieve los atributos masculinos gozan de mucha más reputación social que los trabajos reproductivos, asociados más a la condición femenina. Por lo tanto, el desprestigio en la representación de la clase obrera también se sustenta en el machismo.

Por otro lado, CHAVS también tiene a mi juicio ciertas carencias. La exhaustividad y el rigor de muchos de los argumentos contrastan con una total falta de referencias en algunos pasajes que sorprenden en un sociólogo. Por ejemplo, cuando aborda la definición de clase citando a Marx pero ignorando a Bourdieu, y sólo por citar a los clásicos, o cuando expone algunas ideas sobre multiculturalismo o género. También adopta una narrativa francamente simple diciendo varias veces, y de pasada, que la crisis fue causada por “la codicia de algunos banqueros” cuando lleva todo el libro dirimiendo las consecuencias de las políticas neoliberales.

Tampoco hace entrar en el análisis a la izquierda que está a la izquierda del Labour Party. La omisión se me hizo ensordecedora a mí, igual que le pasará –imagino- a la mayoría de su público. Más allá de los sindicatos, rara vez menciona ninguna otra forma de organización social de base. Ni movimientos sociales, ni movimiento vecinal, etc. A pesar de criticar la criminalización de la clase obrera, sólo en una ocasión el libro ofrece una imagen positiva y no derrotista; más allá de eso no se menciona ninguna otra historia de éxito alrededor de la cual haya podido pivotar una cierta recuperación de la dignidad de clase.

Finalmente, parece haber una confusión con el concepto de clase media, que unas veces es presentado como una entelequia del discurso neoliberal y en otras como una realidad social que define todo lo que no es clase baja. Ahí Jones peca de una cierta tradición socialdemócrata, y a pesar de denunciar meridianamente el origen monárquico del primer ministro David Cameron, es incapaz de identificar con claridad a la clase alta sin confundirla con las clases acomodadas que no son élite. Sin embargo, es evidente que en una sociedad donde el 90% de la gente cobra menos de 44,000 libras (56,000 euros) al año, la existencia de una amplia y clara clase media es dudosa.

Parece que la obra se dirige, pues, a los dirigentes laboristas, a los sindicatos casi desaparecidos y a toda la industria mediática que alimenta esta pérdida de modelo político “moderado” ante el neoliberalismo salvaje. Una síntesis que no pueden obviar, si no han dejado de interesarse por la realidad de los que dicen representar y cómo se reconstruye cotidianamente. No estaría mal que en el PSOE, y toda la gente que se define como socialdemócrata, tomaran nota, antes de vender falsas regeneraciones.

lunes, 18 de agosto de 2014

No hay recuperación económica

Si sigues sin encontrar trabajo desde hace ya demasiado tiempo o acabas de darte cuenta de que este mes no puedes pagar la hipoteca, supongo que ya lo sabías. Pero a la luz de lo que lleva diciendo el gobierno machaconamente los últimos meses la salida de la crisis parecía un hecho inevitable.

¿En qué consistía esta salida de la crisis? Pensemos, en primer lugar, de dónde veníamos, en lo que había antes de la crisis: recordemos que entonces ya nos quejábamos de la precariedad, de los famosos sueldos mileuristas, y eso que estábamos en plena expansión ilusoria gracias a la burbuja inmobiliaria.

Pero con las reformas y los recortes aplicados por el gobierno desde el principio de la crisis, no parece que la situación anterior sea recuperable. Destaquemos las más importantes:

- El cambio en la Constitución by #PPSOE que impide al Estado endeudarse para llevar a cabo medidas contra-cíclicas, es decir, para paliar las crisis.
- La reforma laboral (esa que se hizo siguiendo las indicaciones del ladrón de la foto, ese que exigía a los demás trabajar más y ganar menos), abarató el despido, permitió más temporalidad, atacó la negociación colectiva y facilitó situaciones de esclavitud moderna, ahora llamadas prácticas laborales.
- La reforma fiscal, a lo Robin Hood pero a la inversa: una regresión de la distribución de la renta de aquellos que menos tienen a los que más.
- La escandalosa cifra de 1 billón de euros de deuda pública, en gran parte a causa del rescate de los bancos, que a pesar de los infinitos recortes en el gasto público en sanidad, educación, etc., está a punto de llegar al 100% del PIB.





Bueno, pues parece que la vuelta a este paraíso caído habrá de posponerse. El EUROSTAT acaba de anunciar sus estadísticas veraniegas y resulta que Alemania, la primera economía del Euro, decrece (-0.2%). La segunda, Francia, está estancada (0%) y la tercera, Italia, también cae (-0.2%). Hay 18 millones de personas en paro en la Zona Euro (5 millones en España). La demanda de los hogares europeos está contenida por la restricción del gasto público y el proceso de desapalancamiento, y no proporciona suficientes incentivos al sector privado ni para producir ni para invertir. Desapalancamiento significa que los hogares, las empresas, devuelven deudas antiguas contraídas. Y si endeudarse estimula el crecimiento a corto plazo, desendeudarse, ¡sí, lo habéis acertado! deprime la economía a corto plazo.

Aún más si las deudas que se pagan van a parar a un pozo sin fondo. La situación financiera es muy frágil, con el agujero de miles de millones que se calcula que aún deben los bancos europeos (mi amigo Miguel explica aquí cómo se ha llegado a esta situación). La estabilidad macroeconómica sigue delicada después de los rescates de Grecia, España, Chipre, Portugal, Irlanda, Rumanía, Hungría y Letonia; con Italia habiendo pasado serias presiones de los mercados de capitales, sólo reducidas después del “whatever it takes” de Mario Draghi y la posterior inyección de liquidez por parte del Banco Central Europeo, y no por ninguna reforma nacional en particular, a pesar de lo que diga De Guindos.

Pero hay otro indicador que debería preocuparnos seriamente: la baja inflación, que en la Zona Euro se situó este Julio en un 0,4%, con deflación en 4 de los 18 miembros de la zona monetaria, entre ellos España, a pesar de las notables subidas de precios en las facturas de la luz y el agua. La contracción del crédito mundial y las políticas de austeridad han hundido la demanda agregada y provocado una presión a la baja sobre los precios.

Hace un año, El País se preguntaba: ¿Es bueno o es malo que los precios bajen? En principio, una bajada de precios puede tener ventajas: las exportaciones ganan competitividad (lo que vendemos fuera es más barato) y los salarios recuperan poder adquisitivo, incentivando el consumo interno. Pero en lo que se refiere a las exportaciones, resulta quenuestros principales socios comerciales también están en crisis y quierencomprar menos. Y en lo que se refiere al consumo, la gente está hasta las cejas de deuda y está intentando devolverla cuanto antes, sobre todo antes de quedarse sin unos ingresos cada vez más menguados debido a la caída salarial.

Pero además, deflación también significa mayor deuda. En primer lugar, cae la recaudación fiscal del Estado, porque los impuestos como el IVA son porcentajes sobre precios. Sí, menos dinero para el Estado se traduce en menos dinero para educación, sanidad, transferencias sociales, inversión pública, etc. Pero lo más grave es que si caen los precios, la deuda contraída crece. La cuestión es que la deuda se fija en términos nominales, y no reales. Es decir, si al banco le debemos 5000 euros, aunque los precios cambien le seguimos debiendo 5000 euros. Ahora bien, si antes una barra de pan costaba 1 euro, necesitábamos 5000 barras de pan para pagarle al banco. Pero si los precios bajan y las barras de pan cuestan 50 céntimos, necesitamos 10.000 barras de pan para pagarle al banquero. Es decir, que en términos reales, la deuda sube. Y como sube la deuda es más difícil devolverla. En este proceso habrá más gente que no podrá pagarla y entrará en bancarrota, reforzando la espiral negativa.

La economía europea corre el riesgo de entrar en un proceso que Irving Fisher llamó Debt Deflation, donde una espiral deflacionista agrava el problema de la deuda. Este proceso es consecuencia de la consolidación fiscal en un marco de unión monetaria sin transferencias fiscales. Esto es, que como los flujos económicos en la Zona Euro no se compensan, porque Alemania no recicla su superávit comercial estimulando a las economías periféricas, la única manera de reducir el déficit que tienen estas es mediante competición a la baja, reforzando un espiral de empobrecimiento que agrava su situación.

La única manera de frenar las consecuencias negativas para la economía y retornar a un ciclo alcista mientras se sigue produciendo el desapalancamiento hasta niveles "sostenibles" de deuda es REDISTRIBUIR LA RIQUEZA: 
- vía fiscal (cogiendo de ricos, transfiriendo a pobres), 
- vía reestructuraciones de la deuda (con los acreedores aceptando una reducción de la deuda), 
- continuar con inyecciones de liquidez que sirvan para financiar inversiones que ayuden limar las asimetrías en las estructuras productivas de los países del continente. 

Necesitamos urgentemente un aumento de la inversión pública y un giro de 180º en las políticas macroeconómicas de la UE.


Próximamente me comprometo a desarrollar mejor estas últimas afirmaciones. ¡Hasta pronto!

sábado, 2 de agosto de 2014

Bienvenida!

Con agosticidad y alevosía, después de tanto tiempo rondando por mi cabeza como una mosca cojonera, como una urgencia en el inconsciente, la idea de abrir un blog ha cristalizado con la ilusión de convertir mis ideas y conocimientos en un bien común en este misterioso mundo internauta.

Espero que este intercambio virtual tenga valor añadido en los procesos de construcción colectiva que nos han de deparar, como soñaba Rosa Luxemburg, un futuro de igualdad social, de diversidad humana y de libertad (sostenida, añado yo). 




PS1: La foto de fondo es de Sergio. Es un descampado en las afueras de Sabadell. Ese espacio de tránsito entre la naturaleza y la civilización humana, despojado de belleza, de valor y de propósito. Es testigo de la obsolescencia que provoca un sistema que beneficia el beneficio de los ricos contra el interés de la mayoría.

PS2: El castellano, como todas las demás, es una lengua sexista; invisibiliza lo femenino cuando no sesga sus connotaciones. Intento evitar el machismo en mis forma de expresión; esto es un disclaimer por las veces en que no lo logre o lo descarte en pro de la fluidez de los textos.

viernes, 20 de junio de 2014

# LosRicosNosRoban (1): sobre la fiscalidad

Según un informe publicado por el FMI recientemente, España es el país donde más ha aumentado la desigualdad durante la crisis. Un ejemplo: los beneficios de las empresas del Ibex 35 aumentaron en 2013 un 21% (7.000M de euros) mientras el conjunto de la economía se contraía un 1,2%. Pero es que, además, es el estado que menos ha sabido paliar este aumento de la desigualdad. España, a pesar de ser un país con la presión fiscal elevada, es el que peor distribuye su riqueza.


El aumento de la desigualdad tiene dos caras. Por un lado, está la desigualdad de mercado: aquella que existe entre los salarios, los beneficios y las rentas obtenidas por trabajadores, inversores y propietarios en el mercado. La desigualdad de mercado española es de las más elevadas: la ratio de ingresos entre ricos y pobres es de 13 a 1, frente a una media de la OCDE de 9,4 a 1. El aumento de esta desigualdad se debe a la crisis, agravada por la austeridad, y a las reformas estructurales (como la reforma laboral) que merman el poder de negociación de la clase trabajadora para repartirse los excedentes con el capital. Pero la desigualdad real no es sólo la desigualdad de mercado, porque el sector público debería paliar las diferencias en los ingresos de mercado: vía impuestos, reclamando más a quien más tiene, y vía transferencias, redistribuyendo los recursos hacia quien menos tiene. Nada más lejos de la realidad. La razón es un sistema fiscal y de transferencias que beneficia a las rentas más altas y supone en última instancia una redistribución entre pobres.





En primer lugar, en el actual sistema tributario la carga fiscal recae sobre el trabajo y no sobre el capital, y está lleno de agujeros en formas de exenciones, bonificaciones y favores fiscales a la banca y a los holdings empresariales, que generan mil y una oportunidades de fraude. Un ejemplo son las famosas SICAVs, Sociedades de Inversión de Capital Variable, que son en teoría instrumentos de inversión financiera y en la práctica las utilizan las grandes fortunas para tributar al 1% en vez del 30% que les exigiría el Impuesto de Sociedades o el 21% del Impuesto de Patrimonio. Una fórmula hecha a medida para que los ricos no paguen impuestos, libre del control de Hacienda gracias a una enmienda de CiU en el Congreso, apoyada por el PP y el PSOE.

En segundo lugar, el sistema tributario español se caracteriza por un alto nivel de fraude. CCOO calcula que de cada 10 euros que se recaudan de menos desde 2007, 3 se deben a la pérdida de actividad económica derivada de la crisis y los otros 7 al fraude fiscal. La organización Tax Justice Network situaba en España en 10ª posición mundial a nivel de fraude fiscal, con la economía sumergida calculada en un 23% del PIB. El 72% de la evasión fiscal corresponde a las grandes empresas y patrimonios, muy por encima de PYMEs y autónomos, y por supuesto, mucho más que los particulares. En cambio, la inspección de hacienda denuncia que el 80% de los recursos se dedican a luchar contra el pequeño fraude, sobre todo de autónomos y trabajadores, reforzando la falsa creencia, repetida hasta la saciedad por la derecha, de que "todo el mundo defrauda", que es una "cuestión cultural". Falso. Los ricos defraudan y el resto pagamos la fiesta.

El resultado de esta política fiscal es una recaudación insuficiente para financiar un buen sistema de bienestar, agravando la desigualdad. Según un informe de la OCDE, la redistribución de la riqueza no ha ido dirigida a aquellos que peor lo han pasado con la crisis (como por ejemplo, la infancia: en España la pobreza infantil es del 21% mientras la media europea es del 13%). Es más, del fraude fiscal que se deja de cobrar se resiente directamente el sistema de bienestar: según afirma El País, con los 81.000 millones de euros que se defraudan al año, se podría doblar el presupuesto en sanidad (3.852 millones de euros), paro (26.993M €), educación (1.944M €), cultura (721M €), pagar los intereses de la deuda (38.589M €) y aún sobrarían unos 10.000 millones.

La recaudación de las rentas más altas es baja y el peso de la financiación del sistema de bienestar recae en exceso sobre quien menos tiene. Esto merma la capacidad de gasto, reduciendo la calidad de los servicios públicos, y es un caldo de cultivo para el populismo que aboga por bajar impuestos "a las clases medias", al que se sumó alegremente el gobierno del PSOE con el famoso lema de Zapatero "bajar impuestos es de izquierdas". Es normal que si la gente paga muchos impuestos y a cambio recibe un sistema de sanidad o de educación precarios piense que estaría mejor manteniendo ese dinero y cubriendo esas necesidades en el sector privado. Pero no es cierto; la derecha lo sabe y juega con la devaluación de los servicios públicos para favorecer su privatización.

Ante esto, es necesaria una reforma fiscal que aumente la progresividad, la eficiencia y la recaudación del sistema, para poder financiar unos buenos servicios públicos, y paliar la desigualdad y los efectos de la crisis. Pero sobre todo es fundamental una lucha decidida contra el fraude fiscal, y esto significa desarrollar un control mucho más intenso de las relaciones público-privadas. Para garantizar la progresividad de los impuestos hay que acabar con los "fraudes legales" que cuestan miles de millones a las arcas públicas, como SICAV, pero también con las puertas giratorias, con la opacidad en la financiación de los partidos, con los lobbies o con el llamado rent-seeking, que trasladan el poder económico directamente a la esfera política. Más allá, hay que apostar por una política europea de control financiero mucho más seria y una reformulación general del sistema financiero y monetario que sea funcional al bienestar de la gente y garantice su sostenibilidad.



* Este texto es la primera parte de un artículo más largo escrito a raíz de la reforma fiscal del gobierno. Próximamente publicaré la segunda parte.

sábado, 24 de mayo de 2014

La defensa del Estado del Bienestar es el pilar para la construcción de una alternativa en Europa

Las políticas de austeridad y recortes impuestas por la Troika y adoptadas alegremente por los gobiernos de la UE no hacen más que certificar la tendencia neoliberal de las últimas décadas en Occidente. Si desde que Reagan y Thatcher inauguraron el ciclo de neoliberalismo en los 80, el Estado del Bienestar ha ido disminuyendo y las condiciones de vida de la mayoría de la población han sido cada vez más precarias (o no, pero a costa de grandes deudas personales), la respuesta a la crisis en forma de doctrina austeritaria está acabando definitivamente con él.

Las políticas de recortes han destruido los pilares básicos de la sociedad del Bienestar (educación, sanidad y servicios sociales) y reducido derechos laborales y libertades civiles. Este hecho ha agravado la situación en que muchas personas vivían debido a la crisis, y en vez de darles cobertura social, las ha dejado prácticamente sin recursos para poder vivir y sobrevivir, causando un incremento brutal e injustificado de la pobreza, y haciendo de una crisis económica una crisis humanitaria.

Rescatando el sistema financiero sin ningún tipo de penalización, regulación ni contrapartida, los gobiernos europeos han aceptado pagar la fiesta de la especulación de los que han causado la crisis, socializando sus pérdidas, comprometiendo y supeditando el patrimonio colectivo y la garantía pública a los intereses de una minoría. Después de que los Estados (es decir, toda la ciudadanía) hayan tenido que pagar una factura tan alta para tapar el agujero del sistema financiero, se nos dice que el problema es la deuda pública y que "hemos vivido por encima de nuestras posibilidades" y por tanto, la respuesta es recortar. Se nos dice que debemos hacerlo porque sino "los mercados" no nos prestarán dinero. No deja de ser perverso que además de pagar la gran deuda de los bancos con un coste cero para ellos, sea ahora el propio sistema financiero quien chantajea y pretende dictaminar las políticas públicas.

Que el Estado del Bienestar es insostenible es una afirmación rotundamente falsa. El problema no es un sistema educativo universal y público que garantiza el derecho al conocimiento y al espíritu crítico, o el acceso de todas las personas al desarrollo de sus capacidades personales para un futuro mejor y una democracia más reforzada. El problema no es un sistema sanitario universal y público, que garantiza el acceso al cuidado en caso de enfermedad y una vida saludable a la gente. El problema es un sistema capitalista desregulado y antidemocrático, que logra imponer las medidas de austeridad en contra de la mayoría de la población, beneficiando a los de siempre. El problema es una Europa que esconde este sistema bajo un complicado entramado burocrático que dificulta la rendición de cuentas y los debates ideológicos.

Que la alternativa a la austeridad no exista es también una falacia. La austeridad es la opción política de las élites financieras que quieren seguir haciendo millones a costa del sufrimiento de la gente. Y porque saben que una economía capitalista aguanta mucha desigualdad y se aprovecha de ésta, como sucede en Estados Unidos, en la India o Latino América.

La defensa a ultranza del Estado del Bienestar europeo ha de ser el centro de nuestras luchas para construir una alternativa en Europa. Lo hemos de defender desde el internacionalismo, entendiendo que el capital actúa en todo el mundo y por lo tanto la solución de la crisis de la deuda requiere una modificación del sistema financiero internacional y de cómo lo enfocamos a favor de las personas.



* Este texto lo escribí junto con Delfina Rossi y fue originalmente publicado en el periódico digital iSabadell.

viernes, 23 de mayo de 2014

Deuda y paro: un cuento sobre la juventud en el Sur de Europa

El endeudamiento de las familias ha sido un tema de creciente preocupación en la esfera política, económica y social durante la última década y no sin fundamento. Al fin y al cabo, fue el repentino aumento de las tasas de impago de los créditos hipotecarios americanos (concretamente de las hipotecas subprime) lo que encendió la llama del sistema financiero desregulado y se transmitió a través de sus cadenas altamente interconectadas causando una crisis económica de dimensiones globales.

Al mismo tiempo, se ha constatado un crecimiento de la desigualdad en todas las economías desarrolladas. Al margen de cuanto se pueda extender una crisis económica, también tiene un impacto desigual sobre distintos grupos de personas, siendo los más débiles aquellos que se enfrentan a sus peores consecuencias. Entre éstos, las personas jóvenes, que se encuentran en pleno desarrollo vital y educativo, somos particularmente vulnerables al empeoramiento de sus condiciones económicas. En la Europa del Sur y en las últimas décadas, los jóvenes han tenido acceso mayoritariamente a empleos precarios y, a pesar de ser la generación mejor educada de la historia, varios estudios señalan que somos también la primera generación que debe enfrentarse a peores perspectivas vitales que la de sus padres y madres.

En un entorno de empeoramiento de las condiciones de vida, el aumento del endeudamiento de los hogares ha permitido un incremento sostenido de la demanda de consumo, que ha constituido el mayor impulso al crecimiento en un buen número de países, especialmente en la Europa de Sur. Se han señalado diversos factores para explicar este aumento brutal del endeudamiento de los hogares, pero a menudo se han descartado los aspectos relacionados con la desigualdad y la distribución.

Sin embargo, cada vez más autores reconocen la importancia del aumento de la desigualdad, y que este factor que tiene mucho que ver con la creciente deuda privada de los jóvenes en la Europa del Sur. Persiguiendo el sueño capitalista, las personas jóvenes han intentado tener más estudios que sus padres, tener mejores empleos, ganar más dinero y garantizarse un futuro mejor. Pero frente a la disminución de los salarios reales y el debilitamiento de un Estado del Bienestar redistributivo, los hogares jóvenes han sido empujados a contraer grandes cantidades de deuda, hipotecando su propio futuro para poder contar la historia de éxito de su generación.

*Este texto es la introducción a un artículo en inglés para una publicación de la Federación de Juventudes Verdes Europeas.